Instituto de Investigación de Recursos Biológicos
Alexander von Humboldt

Investigación en biodiversidad y servicios ecosistémicos para la toma de decisiones

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Nota de actualidad | Por: María Camila Méndez | 12/10/2022

Me siento feliz cuando arranco un palo de yuca que yo sembré




Alejandro Pérez Contreras 1

La vida mía ha sido bastante complicada porque yo no soy de por aquí de esta región. Yo nací en El Carmen, Norte de Santander. Mis padres vienen de familia campesina. Mi papá era albañil, pero mi madre sí provenía del campo. Mi madre perdió todo en La Violencia, sus papás fueron asesinados por ser liberales. Entonces mi madre tuvo que desplazarse al pueblo y allí se dedicó a ser ama de casa, viviendo con mi papá.

Nosotros no tuvimos una orientación sobre las labores del campo de parte de mis papás, porque ellos ya estaban en el pueblo, el pueblo de El Carmen que es un pueblo pequeño. Yo pude estudiar hasta cuarto o quinto de primaria. No pude hacer más, en aquel tiempo era muy complicado, uno no tenía para un cuaderno, una cartilla, era una pobreza muy extrema. Entonces, tuve un profesor que provenía de una familia campesina, se llamaba Reynel Quintero Chinchilla. Él tenía raíces campesinas. Nos enseñó, en una granja que era del municipio, a cultivar las hortalizas. Junto con los compañeros del curso que estábamos interesados en esas clases, comenzábamos a picar piedra, a hacer semilleros, a sembrar distintas hortalizas. Yo creo que el amor por la agricultura surgió ahí, porque aprendí a sembrar el cilantro, el rábano, la lechuga, el pepino. Entonces fui cogiendo un amor por la agricultura. Yo decía, "cuando yo llegue a la universidad, yo voy a estudiar para agrónomo”, algo así. Siempre se me metía en la cabeza eso, y mi mamá es campesina, y eso me llenaba como más de emoción. Pero creo que viene de ahí, de esa enseñanza desde la primaria. Eso debería enseñarse en los colegios. Pero usted ve que los muchachos llegan a escoger carrera y a ninguno le interesa el agro, ninguno quiere ser campesino, como si eso fuera lo peor, y resulta que ahí es donde está la vida, los alimentos. Entonces necesitamos jóvenes que estén interesados en la agricultura y que el gobierno ayude.

plaza de mercado
Según el DANE (2022), en el trimestre mayo - julio de este año, 14.454 personas se identificaron subjetivamente como campesinas. Foto: Felipe Villegas.


Desde muy niño, en compañía de mis dos hermanos mayores, nos dedicamos a recolectar café, andábamos por todas las regiones cafeteras recolectando café. Comenzamos a coger por el Cesar, por Santa Marta, por muchas partes de Colombia comenzamos a recoger café. Vivíamos de región en región, hasta que llegó el momento que nos quedamos en la Sierra Nevada de Santa Marta, por allá por el año 1970 o 1972. Yo era muy jovencito, tenía unos 14 o 15 años. En la Sierra estuvimos trabajando por Santa Clara, Sacramento, San Pedro de La Sierra, Lourdes, Minga, La Tagua, Río Piedra, todas esas regiones las conocimos. En aquel tiempo la carga de café valía 11 000 pesos y nosotros ya llegábamos a recolectar una buena cantidad de café. Teníamos casi 25 000 matas de café para sembrar unos semilleros enormes. Si hubiéramos seguido sembrando café en este tiempo, ya estaríamos cogiendo como 1000 bultos. Claro, porque éramos tres con el mismo potencial y con la misma visión, estábamos enfocados era en el café. Nosotros empezamos con el café porque éramos recolectores y veíamos que se movía la plata y había una bonanza cafetera en los años 70.

Por la región donde recogíamos café decidimos comprarle un baldío a un señor con los ahorros de los tres. En esa tierra comenzamos a sembrar semillas de plátano, de café, de caña. Con el tiempo y a medida que fue prosperando la finca, pudimos llevar a mis papás a vivir a Ciénaga, Magdalena, a una mejora que habíamos comprado y donde pudimos hacer una casita para ellos. Mientras hacíamos la finca, viajábamos para trabajar por contratos en otros lugares de la región. Con las ganancias de esos contratos, que eran pagos por trabajos como limpiar terrenos, íbamos ahorrando para poder trabajar en nuestra tierra. Le metíamos candela, comenzábamos a sembrar, pero ya íbamos preparados con comida y plata como para poder trabajar de forma continua y sin salir de la finca por unos tres meses. Cuando se acababa la compra, entonces el mayor decía: "ven, yo voy a comprar lo que hace falta". Y seguíamos sembrando otras cosas, como fríjol y arroz. Con el tiempo, ya hicimos un pilón, teníamos el plátano, la yuca, la piña. Ya había abundancia. También comenzamos a tener gallinas y dos o tres cerdos que engordábamos ahí. Así, poco a poco, fuimos haciendo la finca.

Cuando ya estábamos acomodados, la finca también comenzó a producir café, comenzamos a sacar café. Eso nos permitió comprar otra finca. Pero, al poco tiempo, la violencia que acechaba la región terminó afectando a mi familia: dos de mis hermanos fueron asesinados y yo tuve que salir huyendo. Hay que perdonar para que no haya odio, para que haya paz. Yo perdoné. Mire, después de que me hicieron daño, mire donde estoy. Después de tener comida en mi finca, ahora sigo vendiendo, sigo educando a mis nietos, ayudando a los que necesitan estudiar en la universidad. Tengo el alma en paz y le pido a Dios por una Colombia mejor.

Después de que matan a mis hermanos a mí me persiguen. Me querían matar porque como yo conocía a todo el mundo allá. Entonces me vine para acá, para otra región, escapando. Mi vida fue una agonía, como dice la Biblia: como un impío. Me tocaba correr, huir, sin deber nada, hasta que vine a Barranquilla. Llegué acá porque no tenía plata. Yo pensaba irme lejos, pero entonces el dolor de mis hermanos que estaban allá me lo impedía. Yo decía: "algún día tengo que sacarlos, no me puedo ir lejos". Como ya no tenía nada, me tocó trabajar en lo que sea. Me tocó sostener mi hogar y sostener a mi mamá y a mi papá que estaban viejos porque ya mis hermanos y la finca no existían. Para ese momento ya tenía dos hijas, que ahora viven en Bogotá y se dedican a vender cilantro en Corabastos. Esos años de persecución fueron un dolor muy grande, porque yo huía con mi familia. Arrancaba con mis hijos y me tocó dormir con ellos por ahí en la orilla del río con un nylon y como sea trabajar en construcción, albañilería, en jornadas largas hasta las once de la noche por 7 000 pesos. Tenía que pagar colectivo, comida, me daban hasta las once de la noche trabajando por ahí en casas. Una lucha muy tremenda. Además, haciendo esos trabajos, sufrí la estigmatización de las personas, que me miraban raro por ser desplazado. "Si es desplazado es porque algo hizo malo en su tierra", pensaban. Y perdí trabajos como albañil por eso, porque la gente que me contrataba se enteraba de que yo era desplazado y empezaban a sospechar de mí. Y lo que me ganaba, me alcanzaba por ahí para medio comer mis hijos.

Así estuve trabajando como por siete meses, hasta que me encontré a una persona que conocía de antes y que me invitó a que viniera al mercado a vender cilantro. Me dijo que trabajara con él. Y a lo último cogí y me independicé, comencé a trabajar por cuenta mía. Busqué unos patrones y me dijeron: "no, yo te mando de Ocaña pa'l Valle cilantro". Y dije: "bueno, listo". Y entonces a mi hijo mayorcito lo metí aquí para que fuera aprendiendo. Y se volvió mayorista, ahora es mayorista. Cuando llegué a trabajar acá en este mercado, esto no existía, estas vías las estaban arreglando. Yo trabajaba con un mayorista acá, en el suelo. En la noche tendíamos esta tarima y ahí poníamos el cilantro.

Entonces cuando ya la acababa, cogía 100 rollos, 200 rollos, los ponía en la tarima aquí, porque esto tenía que quedar el espacio abierto. Entonces ponía ahí y vendía hasta las ocho, nueve de la mañana. Después, cuando conseguí la tierra, la gente acostumbrada a verme en ese puesto me comentaba cuando lo iban a usar para vender sus propias cosas mientras yo no estaba. A lo último se quedaron con los puestos que eran míos. Para no pelear, no le paré bolas a eso. Entonces me quedé aquí, en este puesto. Y así compré la casa de mi familia y le di educación a mis hijos, porque del gobierno nunca recibí ayuda por ser parte de la población desplazada de este país. Tampoco he podido ir a recoger los cuerpos de mis hermanos, que permanecen en la finca, para darles cristiana sepultura.

hierbas y lavados
Muchas de las y los trabajadores de las plazas de mercado llevan consigo el relato de la desigualdad y la violencia en Colombia. Foto: Felipe Villegas


Sí, y entonces fui trabajando. Y entonces estando en el río, por acá cerquita, alquilé una tierra en una isla que se llama Carica, cerca de Barranquilla, pero que ya pertenece a Magdalena. Allí hice un proyecto piscícola. Llegué a tener como unos 36 000 bocachicos. Cuando vendí eso, compré la casita acá en Barranquilla. En esa tierra también comencé a sembrar fríjol, yuca, cosas así. Hasta llegué a tener ganado otra vez ahí. Pero en una crecida el río llegó y me ahogó los terneros, me ahogó los carneros, me hundió toda esa cosa. Yo me decepcioné. Los que quedaron los vendí y vendí la tierra porque no era conocedor de que allí se formaba una inundación tan grande. Entonces busqué con las escrituras públicas para que me hicieran un préstamo de siete millones de pesos para volver a salir adelante, y no me lo hicieron por las escrituras, sino por lo que yo vendía aquí en este mercado. Resulta que del préstamo ese de siete millones me entregaron seis millones porque había que sacar un seguro no sé qué cosa. Pero yo la plata no la utilicé para nada, sino que la utilicé para sembrar hortalizas: compré un motor, compré mangueras... Y en el transcurso del pago, me tocó pagar casi 13 millones de pesos. Por los seis que me entregaron, pagué como casi 13 millones. Una barbaridad. Uno qué va a sembrar yuca, maíz, todas esas cosas, si uno tiene intereses muy altos. Eso debe ser algo que el Estado debe representarlo a uno, porque uno está trabajando es para el Estado, prácticamente. Muchas personas se aburren por esas cosas. Entonces, llega un ganadero de los más ricos y le prestan grandes cantidades de plata. Llega, por ejemplo, un palmicultor para cultivar palma de aceite y le entregan una cantidad de millones. Pero uno que va a sembrar yuca, cilantro, que va a comprarse unos cerdos, unos chivos para uno salir adelante, y le prestan una miseria y tiene que hacer muchas vueltas. Mejor dicho, y a lo último le salen prestando nada.

Hace seis meses me arrendaron un pedazo de tierra con una casita en Galapa. Y ya llevo un cultivo grande de cebolllín y cilantro. Ya le estoy cogiendo el tiro, porque ahoritica esto en el transcurso de estos cuatro meses se pone super carísimo aquí, porque como hay inundaciones por la crecida del río, se pierden las cosechas. Pero como ahora estoy en tierra alta, entonces la estoy sembrando, la estoy arrancando y la estoy sembrando. Voy a ver si siembro unas dos hectáreas de esto. Entonces comienzo a cosechar en octubre, noviembre y diciembre y en esos meses comienzo a sacar la plata. Eso se pone como a 8 000 o 10 000 pesos y yo pienso sacar 4 000 o 10 000 rollos. Ahora está a 7 000 o 6 000. De aquí a allá voy a sacar esa cosecha. Es como si tuviera un ahorro, pero con intereses.

seleccionando hierbas
En el primer trimestre de 2021, el Banco Agrario prestó más de 938 mil millones al sector agropecuario, de los cuales 647.529 millones fueron demandados por pequeños productores (69%). Foto: Felipe Villegas


Cada planta es como los árboles y como las aves, tiene un misterio. Por ejemplo, las plantas de clima caliente, no sirven en el clima frío, las plantas del clima frío, no sirven aquí en lo caliente. Si siembro aquí la remolacha, aquí no me da remolacha, porque la remolacha es de clima frío. Entonces, el cilantro: aquí se da por tiempo un cilantro, pero llega un tiempo que no se da, porque tiene que ser una semilla que se adapte al clima caliente. El cebollín es del clima caliente. El culantro es del calor. Hay plantas que son de varios climas, como los árboles. Para sembrar, busco las plantas que dan en el clima caliente, como el ají topito, el cebollín, una batata. Pero no voy a sembrar plantas que son de clima frío porque salgo perdiendo. Hoy en día, la mayoría de las personas usan mucho los químicos, los venenos para las plagas, los fertilizantes para que la planta se desarrolle. Yo solamente si es una rareza los utilizo, solo si estoy muy acosado de trabajo, porque yo mismo preparo mi propio abono. Yo tengo una receta de 15 páginas, donde se prepara, por ejemplo, boñiga de vaca, el tamo de arroz, el carbón mineral, el carbón vegetal. Eso se revuelve y es el mejor abono que hay para las plantas, es natural. Ese lo aprendí a hacer con mi profesor de primaria y lo fui llevando a la práctica.

Una vez hice un curso en el SENA, en manejo de tierra, después de llegar aquí a Barranquilla, y de pronto en una clase yo le dije a un profesor: "yo sé fabricar este abono". Me dijo: "¿cómo así? ¿Cómo se hace?". Y tan tan, me acordé, me acordé perfecto. Tengo una memoria muy buena, yo recuerdo todo, desde niño todo lo recuerdo perfectamente. Entonces, el profesor me preguntó en dónde lo había aprendido a hacer y yo le eché el cuento. En aquel tiempo, resulta que al curso que hice entré como víctima del conflicto armado a hacerlo, y cuando fueron a dar la certificación, me preguntaron por el estudio que había tenido. Les dije que no tuve estudio. Entonces el que nos daba la clase a nosotros dijo: "¿cómo así? Si este curso para hacerlo la persona tiene que tener mínimo segundo de bachillerato. Tú eres uno de los mejores de la clase, pero si tú hubieras dicho que tenías esa edad, tenlo por seguro que no te hubiéramos metido". Y yo: "bueno, ya lo hice". Después quería hacer un curso de especies menores, de chivos, de cosas así, pero no me dejaron porque tenía que tener el bachillerato. Les dije: "no, pero déjenme, así no tenga los estudios. Quiero que me dejen. Yo sé de animales". No me dejaron, pero quería hacerlo.

Estoy acá, y amo tanto la tierra, que estoy trabajando a la edad mía. Mis hijos me regañan, me dicen: "papi, si tú con lo que te ganas ahí, tú vives sabroso, relajao, puedes ahorrar". Pero no, no, a mí me encanta trabajar la tierra. El amor mío por la tierra es algo que no tiene comparación. Para mí ni la plata del mundo, yo estoy feliz, me siento feliz cuando yo estoy regando las matas, cuando estoy sembrando me siento contento, como si estuviera con mi familia. Algo agradable. Y si estoy en un negocio así, como ahora, no siento la misma felicidad como cuando yo estoy sembrando. Porque, a la edad mía, soy productivo, y eso me llena de orgullo, sembrar alimentos para la gente, para mis nietos, para mí mismo. Me siento feliz cuando arranco un palo de yuca que yo sembré o una mata de ñame que yo sembré, que yo le llevo a mi familia, que mis nietos comen. Yo me siento orgulloso, feliz de ver eso. Y así ha sido desde que era niño.

1El nombre ha sido cambiado para proteger la identidad de la persona que relata esta historia.