Instituto de Investigación de Recursos Biológicos
Alexander von Humboldt

Investigación en biodiversidad y servicios ecosistémicos para la toma de decisiones

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Si no hubiese conocido las aves, yo no sé qué sería de mí

Nota de actualidad | Por: María Camila Méndez | 12/10/2022

Si no hubiese conocido las aves, yo no sé qué sería de mí




Ramón Montes

Mi nombre es Ramón Montes, soy técnico en gestión ambiental del SENA y terminé una licenciatura en ciencias sociales en la Universidad del Atlántico, también hice una maestría en historia. Me dedico a investigar sobre temas de historia ambiental y me siento feliz con lo que me apasiona, que es enseñar, dar clases, guiar e investigar. Nací en Barranquilla, mi papá vino de un municipio de Bolívar llamado El Carmen de Bolívar buscando una oportunidad laboral como obrero. Acá en Barranquilla conoció a mi mamá, que se dedica a la repostería, y nos establecimos en un barrio del sur de la ciudad. Desde niño disfruté de los animales. Veía programas de televisión en canales como Animal Planet y Discovery Channel. Hay un personaje que a mí me inspiró en uno de esos canales por la manera en la que él transmitía el conocimiento. Era un conocimiento técnico, pero él lo hacía ver fácil. Eso me inspiró a mí para ser guía. Y yo cuando posteriormente trabajé en el zoológico haciendo recorridos, trataba de copiar ese ejemplo, de copiar esa manera de hablarle a las personas tan fácil sobre los animales que veía. Jeff Corwin en Acción se llamaba su programa. Otro programa que me marcó fue Exploradores por Naturaleza. Después pasé a la lectura. Mi papá me llevaba impresiones que sacaba del trabajo sobre los animales y yo ahí fui leyendo.

En 2004 y 2005 yo era un lector de temas de animales y en el 2006 vi la oportunidad de ingresar como voluntario al zoológico de Barranquilla. Pero ahí no tenía todavía un vínculo con las aves, sino con los animales en general. Con las aves, en vida silvestre, por primera vez tuve una relación gracias a una salida que hice en el año 2009, en diciembre, con dos amigos biólogos que me llevaron a observar aves en campo, en una zona que se llama el Corral de San Luis en Tubará. Ahí, por primera vez, vi aves en libertad y no olvido esa salida. Mis amigos biólogos estaban haciendo el Censo Navideño de Aves, que es una actividad de ciencia ciudadana, que organiza una entidad dedicada a la investigación de Estados Unidos que hace muchos proyectos aquí en Colombia. En diciembre censan aves, por eso se llama censo navideño. Es el censo más antiguo del mundo y aquí en Colombia lo están haciendo desde hace unos 30 años y en el departamento del Atlántico como desde hace cinco. Uno de los puntos de censado era el Corral de San Luis en Tubará. Los biólogos estaban buscando gente interesada y me vieron un interés porque yo participaba en temas ambientales y me propusieron que participara.

Yo tenía un libro que me había regalado mi mamá en enero del 2009, cuando cumplí años, que era la Guía de las Aves de Colombia. Yo las veía ahí de manera ilustrada, pero tenía ese interés por conocerlas en libertad y yo vi esa oportunidad. Entonces, me alegró muchísimo que varias de las aves que yo había visto en ese libro las pude ver ese día cuando estaban en libertad. Y fue una salida que no olvido porque vi por primera vez esas aves, las conocí, y aprendí mucho de ellos en ese momento. Esa experiencia fue importante porque yo estaba acostumbrado en el zoológico al tema de conservación ex situ, es decir, con los animales fuera de su medio ambiente, enseñando a las personas en los recorridos sobre educación ambiental. Entonces, verlas en libertad fue algo sorprendente y me hizo feliz ver a unas aves a las que estaba acostumbrado a verlas en jaulas, verlas viviendo en bosque seco. No he olvidado algunas de las aves que vi ese día: la oropéndola crestada, un ave que no olvido, vi uno que se llama Cyanocorax affinis o chau cha. Vi, por ejemplo, un ave que no volví a ver más después de esa salida que es un hormiguero, que anda a ras del suelo. Vi una curruca, que son aves pequeñitas que cantan muy bien. Vi el barranquero, que culturalmente es muy indicativo de la salud de los ecosistemas, porque donde está él, hay bosque y, si hay bosque, hay vida para las personas que viven a los alrededores. Entonces, hay un vínculo bien importante entre el barranquero y la comunidad.

observación de aves
Los mejores horarios para hacer avistamiento de aves son muy temprano en la mañana (entre las 5 y las 8 a. m.) y hacia el final de la tarde (entre las 4 y las 6 p. m.). Foto: Jeison Fandiño


En esa salida conocí esas aves, lo que me apasionó más por el tema del medio ambiente. Curiosamente, después del 2009, yo seguía leyendo de aves, pero no volví otra vez a hacer una salida específicamente para eso, porque me dediqué a otras actividades. Me dediqué a estudiar en el SENA, a comenzar la carrera, pero paralelamente yo seguía trabajando en temas ambientales, como guía en el Museo del Caribe, en la Fundación Proyecto Tití, donde trabajaba con primates, de educador ambiental. Posteriormente entré a trabajar con agencias de viaje. Me ponía a hacer recorridos de historia, tours aquí en la ciudad. Y todavía lo hago. Porque ya yo quería ver una forma de aplicar lo que yo estaba aprendiendo en las ciencias sociales. Entonces, me gustaba mucho la historia de Barranquilla, la historia del Atlántico, y hacía ese tipo de recorridos. Todavía los hago, desde esa época.

Cuando pienso en el momento de mi encuentro definitivo y permanente con las aves, tengo que recordar ese momento en el que empecé a trabajar haciendo tours por la ciudad. La vida mía había dado un giro hacia la rebeldía, las malas compañías, cosas que no me aportaban y yo me sentía como mal y mi familia estaba muy triste por eso. Yo igual seguía haciendo mis actividades, pero no estaba teniendo un comportamiento adecuado en mi casa y en mi entorno barrial. Entonces, en el 2016, yo iba a la Universidad del Atlántico y ya me iba a graduar de ciencias sociales y una vez me encontré con el profesor Rafael Borja por los pasillos de la universidad. Le pregunté que si había algo sobre aves en la universidad. Me había acordado de lo que había hecho en esa visita, y le pregunté: "profe, ¿qué hay por ahí de grupos de aves?". Y él me dijo: "hay un semillero". Y empecé a asistir al semillero, porque vi a personas que estaban interesadas por las aves. Y entonces volví a interesarme en el tema de las aves. Me apasionaba hablar sobre el tema. En ese año, el profesor Borja estaba haciendo un festival de aves migratorias y yo asistí a ese festival, que era una charla que hicieron un viernes y al día siguiente había una salida de campo que fue en San Juan de Tocabo, en el Urhuaco, al sur del Atlántico. Era un cuerpo de agua, una ciénaga, un área abierta donde se ven bastantes aves. Fui a esa salida y ahí otra vez me enganché con las aves. Ese día logré ver un buen número y ahí otra vez volví, ahí volví, ahí recordé todo, me metí de lleno y desde ese momento, desde junio del 2016 hasta ahora, no hay un solo día que yo no piense en aves, que no esté haciendo algo sobre aves, inventándome un proyecto, una guía, algo qué hacer.

En el semillero, había una compañera que estaba haciendo una tesis sobre las aves de la Ciénaga de Mallorquín. Ella me pidió ayuda con la identificación de las aves. Ahí volví también a la Ciénaga de Mallorquín porque recuerdo que la primera vez que fui a la Ciénaga de Mallorquín fue cuando estaba estudiando en el SENA, por allá a finales de 2009, comienzos de 2010. Esa fue la primera vez que un profesor del SENA nos llevó a Mallorquín. Esa vez hicimos un reconocimiento. Después volvimos con un grupo porque teníamos que hacer un trabajo. Ha cambiado mucho la Ciénaga desde ese momento hasta ahora. Por ejemplo, en la playa de Puerto Mocho, ahora hay unas casetas. Se trata de una invasión que ha crecido considerablemente desde el año 2018. Pero bueno, yo volví con mi compañera del semillero en el 2016 a la Ciénaga. En esa jornada vimos flamencos.

He pajareado mucho en la Ciénaga y eso tiene que ver con varios aspectos: desde el punto de vista ecosistémico, es el lugar de Barranquilla donde mejor se expresa la naturaleza y donde hay más naturaleza, entonces disfruto estar ahí porque es de Barranquilla, tiene mucha biodiversidad, cosa que no veo en otros espacios de la ciudad. El lugar donde puedo ver aves en un buen número es la Ciénaga de Mallorquín. Además de eso hay una conexión interesante que me gusta, entre el río y el mar y la Ciénaga, que genera paz, tranquilidad, libertad, un ambiente despejado que me gusta. Y, desde el punto de vista ecológico, es un lugar donde tú siempre vas a encontrar cosas interesantes en cuanto a aves. Por ejemplo, las migratorias. Cada vez que vienen, verlas aquí año tras año, me alegra. Ver la garza esta que está amenazada, la rojiza, el Conirostrum manglero.

foto de garza en mangle
La ciénaga es el hábitat de 146 especies de aves y recibe 64 especies con alguna condición migratoria. Foto: Felipe Villegas.


En el segundo semestre de 2016 yo fui a la Ciénaga de Tocagua, acompañé a mi compañera a hacer su tesis. En diciembre volví al censo navideño a otras partes del Atlántico y ahí conocí otras aves. Fui a Piojó. Recuerdo que fui a Sabanagrande. Y en el 2017 me decidí a crear Atlántico Birding con un compañero, un muchacho de biología que conocí en ese semillero. Lo cree porque aquí no había empresas de aviturismo. En el 2018 empecé a hacer tours, me contrataron unos estudiantes que estaban haciendo una tesis de ingeniería ambiental en la Ciénaga. Ellos me buscaron para que acompañara sus recorridos. Atlántico Birding es una iniciativa para hacer ciencia ciudadana, para participar en los censos de aves, para hacer aviturismo, ecoturismo también, porque a mí me gusta guiar grupos de senderistas por bosques y para explicarles de la naturaleza, del bosque seco y eso. Lo que hago en Atlántico Birding es una motivación personal. Con Atlántico Birding yo tuve la iniciativa de revivir censos de aves que estaban perdidos en el departamento, como el censo de acuática, el October Bird Day.

Pienso que en ese segundo semestre de 2016, cuando empecé a interesarme más seriamente por las aves, tomé una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida, porque si yo en ese momento no hubiese conocido las aves de nuevo, como me enseñó el profesor Borja, yo no sé qué sería de mí. Entonces, esa fue una muy buena decisión y me ha generado satisfacciones personales, he podido ganar un dinero con eso, he ido a otras ciudades, he estado en proyectos que me alegran. He estado en los censos de aves, he conocido a nuevas personas. En ese momento las aves representaron para mí un espacio para meterme de lleno en la naturaleza y para olvidarme de situaciones pasadas. Por eso digo que el avistamiento de aves para mí es una actividad de meditación, que en la medida en la que tú la haces, la practicas, tú te olvidas un poco de la realidad y vives un momento único. Yo estaba buscando en esos momentos esos espacios y los encontré con las aves, porque me alegraba escuchar el canto de ellas, verlas en libertad, y era algo que enriquecía mi acervo sobre temas de la biología. Me generaba tranquilidad, conocía nuevas personas y buscaba una manera de ser útil, de aprender algo nuevo y, a través de las aves, replicarlo.

Ya he dicho que desde el 2016 no hay un día en el que no piense en aves. Siempre prefiero observar aves con personas porque aprendo de ellas, conozco nuevas personas en esto del pajareo, me relaciono con ellos y ellos me comparten información sobre las aves. Es jodido ir a un lugar de naturaleza y ver las aves solo. O sea, es mejor verlas en compañía y compartir con la gente y tener ese contacto. Para mí eso es importante. Disfruto observar aves con personas experimentadas y con no experimentadas porque a estas últimas les puedo enseñar y, de las primeras, puedo aprender. De pronto ellos tienen detalles de las aves que yo no tenga y puedo conocerlos en esos momentos.

Hay una frase: "por las aves, con la gente". A mí me gusta mucho la lectura y leo mucho sobre la historia colombiana y su geografía. Entonces salir a observar aves a otro departamento de la región o el interior del país es un pretexto también para tener un aprendizaje significativo acerca de lo que ya he leído previamente y verlo reflejado en la cultura, en la geografía, en su historia, en su gente. Para mí es una ganancia nada despreciable. Y en los recorridos que hago en Mallorquín y en otras partes del departamento, no solamente hablo del tema de aves, sino que también lo relaciono con la cultura de los territorios. Estoy muy interesado, además de la historia ambiental, en conocer las aves en la cultura popular del Caribe porque nosotros acá tenemos el vallenato de antes, la literatura, tenemos las danzas del carnaval, la tradición oral de los campesinos, los pescadores, y siempre están presentes las aves en los grupos indígenas. Los pescadores y los campesinos tienen una relación muy importante y siempre tienen historias relacionadas con las aves. Es una tradición oral que hay que compilarla, documentarla y plasmarla a través de trabajos investigativos. Hay que unir sociedad y ecosistema, y empezar a hablar de socioecosistemas, donde los seres humanos ya están inmiscuidos de manera fuerte en los procesos naturales y ellos tienen que generar un desarrollo sostenible para la conservación del medio ambiente.
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A veces uno no crece en estatura, pero crece en pensamiento

Nota de actualidad | Por: María Camila Méndez | 12/10/2022

Aquí en esto uno tiene que tener sangre de gallina




Alberto Florián

Mi nombre es Alberto Florián, tengo 70 años, soy del municipio de Malambo. Me gradué del bachillerato en el 78, de un colegio de acá de Barranquilla. Mis padres eran campesinos de Malambo, trabajaron la tierra. Mi papá fue jornalero y mi mamá trabajó la alfarería, sacaba el barro de la Ciénaga de Malambo. En mi familia fuimos nueve hermanos. Casi todos mis hermanos hemos trabajado aquí en el mercado, pero ahora solo quedamos trabajando dos.

Este negocio fue una herencia que mis padres dejaron. Después de que mi padre se retiró de su trabajo en las labores del campo, buscó qué hacer y él y mi mamá se vinieron para acá y comenzaron a laborar los dos. Cuando mis hermanos y yo salíamos del colegio en Malambo, cuando todavía estábamos haciendo la primaria, nos veníamos para acá a ayudar. Desde siempre, mis papás se dedicaron a vender fríjoles, porque eso era de lo que más se daba en el campo. Unas veces le compraban los fríjoles a un vecino que cultivaba cerca a la casa donde vivíamos. En ese tiempo, lo que había acá, en este lugar, era como una especie del Playón, un espacio grande, hasta el otro sector de la calle 43B. La gente trabajaba en unas mesas, otros tiraban al suelo su mercado para ofrecerlo en unos sacos. Lo que sí había eran como unas bodegas de naranja, donde se almacenaban la naranja y las patillas. En la madrugada todo el mundo sacaba sus negocios por partes. Así era La Magola. Después fueron haciendo quioscos, fue desapareciendo eso del piso, ya todo el mundo se fue organizando, fue la misma gente que empezó a poner techo para la lluvia, a organizar los pasillos.

Cuando comencé el bachillerato, se interrumpieron un poco mis visitas al mercado, porque solo podía venir los sábados y domingos, el resto de la semana lo dedicaba a estudiar. Era más pesado y tenía que ser más responsable con el estudio. Tres años antes de graduarme del colegio, conocí a una muchacha. Para el tiempo de yo graduarme, ella quedó embarazada. Aquí en Barranquilla estaba la Universidad del Atlántico y no era tan grande como ahora, no ofrecía tantas carreras. Entonces me salió un patrocinio para ir a estudiar a Cartagena. Mi pareja me dijo que se iba conmigo a Cartagena, para que yo pudiera estudiar, pero yo decidí que no me iba, porque yo dependía de mis padres y no podía sostener a la familia allá. Yo quería estudiar medicina. Después de eso yo continué trabajando, vendía fríjoles en el mercado en un puesto diferente al de mis papás. Lo más prudente que yo podía hacer en ese momento era tener ese puesto de fríjoles, pues conseguir otro trabajo era difícil.

Cuando ya mi hijo nació, nosotros vivíamos en una finquita de Malambo. Así transcurrió el tiempo, hasta que un día ella me dijo que quería acompañarme al mercado para vender lo mismo que yo vendía. Entonces, ella comenzó a tener su propio negocio. Yo madrugaba mucho para comprar artículos para ella y artículos para mí. Y así fue creciendo, fue creciendo el negocio. Hicimos una casita que teníamos en Malambo y así nos pudimos ir de la finca de mis suegros, que era donde vivíamos antes. Durante un tiempo, antes de que compráramos nuestra casa, yo alcancé a vender frutas en Barranquilla, cerca del Paseo Bolívar. He tenido la oportunidad que Dios me ha dado de tener buena mente para hacer lo que me agrada hacer. Mi hijo ya tiene 47 años. Me dio dos nietos y dos bisnietos. Mi hijo trabaja en Soledad arreglando carros. Él vive conmigo en Malambo.

granos de plaza
Las plazas de mercado son centros de biodiversidad y de intercambio de conocimientos. Foto: Felipe Villegas


Después de un tiempo hubo un desalojo de puestos y así fue como se conformó lo que ahora llaman el mercado El Playón. Eso fue en la alcaldía del cura Hoyos, Bernardo Montoya, que era antioqueño. Él mandó a desalojar a toda esta gente, por temas que, en su momento dijeron, era ocupación indebida del espacio público, y tumbaron el mercado ese que estaba bueno. Lo que ahora es el Playón no llega ni a una quinta parte de lo que era el mercado anteriormente. Cuando sucedió ese desalojo, se perdieron los puestos. En ese momento mi pareja tomó la decisión de quedarse nuevamente en la casa. Yo seguí trabajando, aunque mi puesto también se perdió. Lo que hice fue empacar bastantes fríjoles en una cajita, en una "chacita" de madera en la que metía varias cosas para vender por el mercado. En ese tiempo no había casi tiendas, el aforo del público era impresionante. Ahora ya no, la tendencia se ha perdido. Un domingo aquí la gente se empujaba para comprar. Ahora no, ahora hay muchos supermercados. En cada barrio hay una Olímpica, las élites de la ciudad son dueñas de esos negocios.

Cuando los funcionarios de espacio público se calmaron, yo volví otra vez a este puesto, a este lugar. En ese entonces no vendíamos todavía en una mesita, sino que poníamos cajas, pensando en que, si la alcaldía nos las quitaba, pues no perdíamos mucho dinero, porque las cajas no costaban casi nada. Anteriormente aquí se pagaba una "introducción de venta", como lo denominaban. Era un tiquetico que uno tenía que comprar para poder vender acá. Después aparecieron los sindicatos. Se les pagaba 1 000 pesos o 500 pesos por semana, pero nunca vimos mucha gestión de su parte. Una vez me enfermé, me iban a operar del corazón, duré 12 días internado en un hospital y durante ese tiempo solo vi la cara de unos cuantos amigos, pero nunca vi la cara del presidente del sindicato ni del secretario, ni del tesorero.

Mis clientes dicen que es bonito comprar en el mercado porque no encuentran en otro lugar lo que encuentran aquí. Durante todo el tiempo que he vendido en este mercado y gracias a que crecí en el campo, he aprendido los secretos del cultivo de los fríjoles. Cuando yo era niño me iba para las parcelas de mis familiares y ellos nos enseñaban a sembrar. Así aprendí a sembrar yuca. En mi casa en Malambo yo tengo yuca sembrada, hay árboles de ciruela, naranja, mango, guanábana. Otras cosa que he aprendido acá es que el fríjol cabecita negra o caraota solo tarda 55 días en crecer, cuando tienen un color amarillo, es porque tienen 60 días. El zaragoza blanca se demora cuatro meses. Estos fríjoles hay que cogerlos secos, porque si se cogen verdes, después no cogen el color blanco que los identifica. Es necesario calcular los tiempos de siembra para que la cosecha pueda recogerse antes de que el invierno llegue, porque si no se hace, se pierde. Uno siembra a comienzos de enero hasta comienzos de febrero, porque ya más adelante, si se mete el invierno, se puede dañar. También comparto con mis clientes secretos para hacer recetas, por ejemplo, el arroz con coco y fríjoles cabecita negra.

Todo ese largo camino acá, todo eso lo he vivido. A veces uno no crece en estatura, pero crece en pensamiento. El tiempo me ha dado la experiencia de saber manejar esto y, sobre todo, lo que es más bonito, saber tratar a las personas que vienen a comprar lo que yo vendo. Yo siempre me mantengo aseando mi puesto de trabajo, lavando los fríjoles. No me gusta trabajar sobre el mugre. Yo disfruto lo que hago, porque es que esta es mi forma de trabajo. Para mí es garantizado mi trabajo, no dependo de nadie, dependo de mí mismo, porque nadie me va a decir a mí "¿por qué no viniste hoy a tal hora?, ¿o por qué te quedaste en la casa?". Y esto, vuelvo y lo repito, lo amo, me encanta. También me gusta porque me mantengo ocupado todo el tiempo: empacando los fríjoles, desgranando guandul, cambiando los plásticos sobre los que los dispongo. Amo lo que hago aquí, amo lo que me ha dado vida, lo que me ha dado para vivir. Tampoco es que esto me haya dado comodidades ni esas cosas, pero me ha permitido vivir. Este trabajo es duro, tenemos que aguantarnos los horarios difíciles, los desalojos frecuentes.

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Me siento feliz cuando arranco un palo de yuca que yo sembré

Nota de actualidad | Por: María Camila Méndez | 12/10/2022

Me siento feliz cuando arranco un palo de yuca que yo sembré




Alejandro Pérez Contreras 1

La vida mía ha sido bastante complicada porque yo no soy de por aquí de esta región. Yo nací en El Carmen, Norte de Santander. Mis padres vienen de familia campesina. Mi papá era albañil, pero mi madre sí provenía del campo. Mi madre perdió todo en La Violencia, sus papás fueron asesinados por ser liberales. Entonces mi madre tuvo que desplazarse al pueblo y allí se dedicó a ser ama de casa, viviendo con mi papá.

Nosotros no tuvimos una orientación sobre las labores del campo de parte de mis papás, porque ellos ya estaban en el pueblo, el pueblo de El Carmen que es un pueblo pequeño. Yo pude estudiar hasta cuarto o quinto de primaria. No pude hacer más, en aquel tiempo era muy complicado, uno no tenía para un cuaderno, una cartilla, era una pobreza muy extrema. Entonces, tuve un profesor que provenía de una familia campesina, se llamaba Reynel Quintero Chinchilla. Él tenía raíces campesinas. Nos enseñó, en una granja que era del municipio, a cultivar las hortalizas. Junto con los compañeros del curso que estábamos interesados en esas clases, comenzábamos a picar piedra, a hacer semilleros, a sembrar distintas hortalizas. Yo creo que el amor por la agricultura surgió ahí, porque aprendí a sembrar el cilantro, el rábano, la lechuga, el pepino. Entonces fui cogiendo un amor por la agricultura. Yo decía, "cuando yo llegue a la universidad, yo voy a estudiar para agrónomo”, algo así. Siempre se me metía en la cabeza eso, y mi mamá es campesina, y eso me llenaba como más de emoción. Pero creo que viene de ahí, de esa enseñanza desde la primaria. Eso debería enseñarse en los colegios. Pero usted ve que los muchachos llegan a escoger carrera y a ninguno le interesa el agro, ninguno quiere ser campesino, como si eso fuera lo peor, y resulta que ahí es donde está la vida, los alimentos. Entonces necesitamos jóvenes que estén interesados en la agricultura y que el gobierno ayude.

plaza de mercado
Según el DANE (2022), en el trimestre mayo - julio de este año, 14.454 personas se identificaron subjetivamente como campesinas. Foto: Felipe Villegas.


Desde muy niño, en compañía de mis dos hermanos mayores, nos dedicamos a recolectar café, andábamos por todas las regiones cafeteras recolectando café. Comenzamos a coger por el Cesar, por Santa Marta, por muchas partes de Colombia comenzamos a recoger café. Vivíamos de región en región, hasta que llegó el momento que nos quedamos en la Sierra Nevada de Santa Marta, por allá por el año 1970 o 1972. Yo era muy jovencito, tenía unos 14 o 15 años. En la Sierra estuvimos trabajando por Santa Clara, Sacramento, San Pedro de La Sierra, Lourdes, Minga, La Tagua, Río Piedra, todas esas regiones las conocimos. En aquel tiempo la carga de café valía 11 000 pesos y nosotros ya llegábamos a recolectar una buena cantidad de café. Teníamos casi 25 000 matas de café para sembrar unos semilleros enormes. Si hubiéramos seguido sembrando café en este tiempo, ya estaríamos cogiendo como 1000 bultos. Claro, porque éramos tres con el mismo potencial y con la misma visión, estábamos enfocados era en el café. Nosotros empezamos con el café porque éramos recolectores y veíamos que se movía la plata y había una bonanza cafetera en los años 70.

Por la región donde recogíamos café decidimos comprarle un baldío a un señor con los ahorros de los tres. En esa tierra comenzamos a sembrar semillas de plátano, de café, de caña. Con el tiempo y a medida que fue prosperando la finca, pudimos llevar a mis papás a vivir a Ciénaga, Magdalena, a una mejora que habíamos comprado y donde pudimos hacer una casita para ellos. Mientras hacíamos la finca, viajábamos para trabajar por contratos en otros lugares de la región. Con las ganancias de esos contratos, que eran pagos por trabajos como limpiar terrenos, íbamos ahorrando para poder trabajar en nuestra tierra. Le metíamos candela, comenzábamos a sembrar, pero ya íbamos preparados con comida y plata como para poder trabajar de forma continua y sin salir de la finca por unos tres meses. Cuando se acababa la compra, entonces el mayor decía: "ven, yo voy a comprar lo que hace falta". Y seguíamos sembrando otras cosas, como fríjol y arroz. Con el tiempo, ya hicimos un pilón, teníamos el plátano, la yuca, la piña. Ya había abundancia. También comenzamos a tener gallinas y dos o tres cerdos que engordábamos ahí. Así, poco a poco, fuimos haciendo la finca.

Cuando ya estábamos acomodados, la finca también comenzó a producir café, comenzamos a sacar café. Eso nos permitió comprar otra finca. Pero, al poco tiempo, la violencia que acechaba la región terminó afectando a mi familia: dos de mis hermanos fueron asesinados y yo tuve que salir huyendo. Hay que perdonar para que no haya odio, para que haya paz. Yo perdoné. Mire, después de que me hicieron daño, mire donde estoy. Después de tener comida en mi finca, ahora sigo vendiendo, sigo educando a mis nietos, ayudando a los que necesitan estudiar en la universidad. Tengo el alma en paz y le pido a Dios por una Colombia mejor.

Después de que matan a mis hermanos a mí me persiguen. Me querían matar porque como yo conocía a todo el mundo allá. Entonces me vine para acá, para otra región, escapando. Mi vida fue una agonía, como dice la Biblia: como un impío. Me tocaba correr, huir, sin deber nada, hasta que vine a Barranquilla. Llegué acá porque no tenía plata. Yo pensaba irme lejos, pero entonces el dolor de mis hermanos que estaban allá me lo impedía. Yo decía: "algún día tengo que sacarlos, no me puedo ir lejos". Como ya no tenía nada, me tocó trabajar en lo que sea. Me tocó sostener mi hogar y sostener a mi mamá y a mi papá que estaban viejos porque ya mis hermanos y la finca no existían. Para ese momento ya tenía dos hijas, que ahora viven en Bogotá y se dedican a vender cilantro en Corabastos. Esos años de persecución fueron un dolor muy grande, porque yo huía con mi familia. Arrancaba con mis hijos y me tocó dormir con ellos por ahí en la orilla del río con un nylon y como sea trabajar en construcción, albañilería, en jornadas largas hasta las once de la noche por 7 000 pesos. Tenía que pagar colectivo, comida, me daban hasta las once de la noche trabajando por ahí en casas. Una lucha muy tremenda. Además, haciendo esos trabajos, sufrí la estigmatización de las personas, que me miraban raro por ser desplazado. "Si es desplazado es porque algo hizo malo en su tierra", pensaban. Y perdí trabajos como albañil por eso, porque la gente que me contrataba se enteraba de que yo era desplazado y empezaban a sospechar de mí. Y lo que me ganaba, me alcanzaba por ahí para medio comer mis hijos.

Así estuve trabajando como por siete meses, hasta que me encontré a una persona que conocía de antes y que me invitó a que viniera al mercado a vender cilantro. Me dijo que trabajara con él. Y a lo último cogí y me independicé, comencé a trabajar por cuenta mía. Busqué unos patrones y me dijeron: "no, yo te mando de Ocaña pa'l Valle cilantro". Y dije: "bueno, listo". Y entonces a mi hijo mayorcito lo metí aquí para que fuera aprendiendo. Y se volvió mayorista, ahora es mayorista. Cuando llegué a trabajar acá en este mercado, esto no existía, estas vías las estaban arreglando. Yo trabajaba con un mayorista acá, en el suelo. En la noche tendíamos esta tarima y ahí poníamos el cilantro.

Entonces cuando ya la acababa, cogía 100 rollos, 200 rollos, los ponía en la tarima aquí, porque esto tenía que quedar el espacio abierto. Entonces ponía ahí y vendía hasta las ocho, nueve de la mañana. Después, cuando conseguí la tierra, la gente acostumbrada a verme en ese puesto me comentaba cuando lo iban a usar para vender sus propias cosas mientras yo no estaba. A lo último se quedaron con los puestos que eran míos. Para no pelear, no le paré bolas a eso. Entonces me quedé aquí, en este puesto. Y así compré la casa de mi familia y le di educación a mis hijos, porque del gobierno nunca recibí ayuda por ser parte de la población desplazada de este país. Tampoco he podido ir a recoger los cuerpos de mis hermanos, que permanecen en la finca, para darles cristiana sepultura.

hierbas y lavados
Muchas de las y los trabajadores de las plazas de mercado llevan consigo el relato de la desigualdad y la violencia en Colombia. Foto: Felipe Villegas


Sí, y entonces fui trabajando. Y entonces estando en el río, por acá cerquita, alquilé una tierra en una isla que se llama Carica, cerca de Barranquilla, pero que ya pertenece a Magdalena. Allí hice un proyecto piscícola. Llegué a tener como unos 36 000 bocachicos. Cuando vendí eso, compré la casita acá en Barranquilla. En esa tierra también comencé a sembrar fríjol, yuca, cosas así. Hasta llegué a tener ganado otra vez ahí. Pero en una crecida el río llegó y me ahogó los terneros, me ahogó los carneros, me hundió toda esa cosa. Yo me decepcioné. Los que quedaron los vendí y vendí la tierra porque no era conocedor de que allí se formaba una inundación tan grande. Entonces busqué con las escrituras públicas para que me hicieran un préstamo de siete millones de pesos para volver a salir adelante, y no me lo hicieron por las escrituras, sino por lo que yo vendía aquí en este mercado. Resulta que del préstamo ese de siete millones me entregaron seis millones porque había que sacar un seguro no sé qué cosa. Pero yo la plata no la utilicé para nada, sino que la utilicé para sembrar hortalizas: compré un motor, compré mangueras... Y en el transcurso del pago, me tocó pagar casi 13 millones de pesos. Por los seis que me entregaron, pagué como casi 13 millones. Una barbaridad. Uno qué va a sembrar yuca, maíz, todas esas cosas, si uno tiene intereses muy altos. Eso debe ser algo que el Estado debe representarlo a uno, porque uno está trabajando es para el Estado, prácticamente. Muchas personas se aburren por esas cosas. Entonces, llega un ganadero de los más ricos y le prestan grandes cantidades de plata. Llega, por ejemplo, un palmicultor para cultivar palma de aceite y le entregan una cantidad de millones. Pero uno que va a sembrar yuca, cilantro, que va a comprarse unos cerdos, unos chivos para uno salir adelante, y le prestan una miseria y tiene que hacer muchas vueltas. Mejor dicho, y a lo último le salen prestando nada.

Hace seis meses me arrendaron un pedazo de tierra con una casita en Galapa. Y ya llevo un cultivo grande de cebolllín y cilantro. Ya le estoy cogiendo el tiro, porque ahoritica esto en el transcurso de estos cuatro meses se pone super carísimo aquí, porque como hay inundaciones por la crecida del río, se pierden las cosechas. Pero como ahora estoy en tierra alta, entonces la estoy sembrando, la estoy arrancando y la estoy sembrando. Voy a ver si siembro unas dos hectáreas de esto. Entonces comienzo a cosechar en octubre, noviembre y diciembre y en esos meses comienzo a sacar la plata. Eso se pone como a 8 000 o 10 000 pesos y yo pienso sacar 4 000 o 10 000 rollos. Ahora está a 7 000 o 6 000. De aquí a allá voy a sacar esa cosecha. Es como si tuviera un ahorro, pero con intereses.

seleccionando hierbas
En el primer trimestre de 2021, el Banco Agrario prestó más de 938 mil millones al sector agropecuario, de los cuales 647.529 millones fueron demandados por pequeños productores (69%). Foto: Felipe Villegas


Cada planta es como los árboles y como las aves, tiene un misterio. Por ejemplo, las plantas de clima caliente, no sirven en el clima frío, las plantas del clima frío, no sirven aquí en lo caliente. Si siembro aquí la remolacha, aquí no me da remolacha, porque la remolacha es de clima frío. Entonces, el cilantro: aquí se da por tiempo un cilantro, pero llega un tiempo que no se da, porque tiene que ser una semilla que se adapte al clima caliente. El cebollín es del clima caliente. El culantro es del calor. Hay plantas que son de varios climas, como los árboles. Para sembrar, busco las plantas que dan en el clima caliente, como el ají topito, el cebollín, una batata. Pero no voy a sembrar plantas que son de clima frío porque salgo perdiendo. Hoy en día, la mayoría de las personas usan mucho los químicos, los venenos para las plagas, los fertilizantes para que la planta se desarrolle. Yo solamente si es una rareza los utilizo, solo si estoy muy acosado de trabajo, porque yo mismo preparo mi propio abono. Yo tengo una receta de 15 páginas, donde se prepara, por ejemplo, boñiga de vaca, el tamo de arroz, el carbón mineral, el carbón vegetal. Eso se revuelve y es el mejor abono que hay para las plantas, es natural. Ese lo aprendí a hacer con mi profesor de primaria y lo fui llevando a la práctica.

Una vez hice un curso en el SENA, en manejo de tierra, después de llegar aquí a Barranquilla, y de pronto en una clase yo le dije a un profesor: "yo sé fabricar este abono". Me dijo: "¿cómo así? ¿Cómo se hace?". Y tan tan, me acordé, me acordé perfecto. Tengo una memoria muy buena, yo recuerdo todo, desde niño todo lo recuerdo perfectamente. Entonces, el profesor me preguntó en dónde lo había aprendido a hacer y yo le eché el cuento. En aquel tiempo, resulta que al curso que hice entré como víctima del conflicto armado a hacerlo, y cuando fueron a dar la certificación, me preguntaron por el estudio que había tenido. Les dije que no tuve estudio. Entonces el que nos daba la clase a nosotros dijo: "¿cómo así? Si este curso para hacerlo la persona tiene que tener mínimo segundo de bachillerato. Tú eres uno de los mejores de la clase, pero si tú hubieras dicho que tenías esa edad, tenlo por seguro que no te hubiéramos metido". Y yo: "bueno, ya lo hice". Después quería hacer un curso de especies menores, de chivos, de cosas así, pero no me dejaron porque tenía que tener el bachillerato. Les dije: "no, pero déjenme, así no tenga los estudios. Quiero que me dejen. Yo sé de animales". No me dejaron, pero quería hacerlo.

Estoy acá, y amo tanto la tierra, que estoy trabajando a la edad mía. Mis hijos me regañan, me dicen: "papi, si tú con lo que te ganas ahí, tú vives sabroso, relajao, puedes ahorrar". Pero no, no, a mí me encanta trabajar la tierra. El amor mío por la tierra es algo que no tiene comparación. Para mí ni la plata del mundo, yo estoy feliz, me siento feliz cuando yo estoy regando las matas, cuando estoy sembrando me siento contento, como si estuviera con mi familia. Algo agradable. Y si estoy en un negocio así, como ahora, no siento la misma felicidad como cuando yo estoy sembrando. Porque, a la edad mía, soy productivo, y eso me llena de orgullo, sembrar alimentos para la gente, para mis nietos, para mí mismo. Me siento feliz cuando arranco un palo de yuca que yo sembré o una mata de ñame que yo sembré, que yo le llevo a mi familia, que mis nietos comen. Yo me siento orgulloso, feliz de ver eso. Y así ha sido desde que era niño.

1El nombre ha sido cambiado para proteger la identidad de la persona que relata esta historia.
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