Instituto de Investigación de Recursos Biológicos
Alexander von Humboldt

Investigación en biodiversidad y servicios ecosistémicos para la toma de decisiones

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Familias campesinas dieron “sopa y seco” a expertos en biodiversidad


Foto: cortesía Cornare



En un espacio de presentación de resultados de un inventario de biodiversidad, la constante es que los protagonistas y asistentes sean expertos, en menor o mayor escala, de las ciencias biológicas y afines. Unos y otros pasan por el escenario para lanzar nombres científicos, cifras y datos, presentados en diapositivas, que engrosan los registros de riqueza natural y ratifican a Colombia entre las potencias mundiales.

Pero cuando la compilación de datos es realizada por comunidades campesinas guardianas de ecosistemas y socias del Esquema Banco2, de los municipios antioqueños San Francisco y Sonsón, la reunión se torna festiva, despreocupada, espontánea y las formas del relato pasan por lo desenfadado, sin que ello le reste rigor científico.

Esas fueron, justo, las características predominantes de la reunión donde 15 familias provenientes de las veredas La Hinojosa, La Fe, La Cristalina, La Hermosa y Pocitos compartieron los resultados de un año de labores conjuntas en los Inventarios Participativos de Biodiversidad, iniciativa que presume ser la primera de su tipo en Colombia, y en la que recibieron acompañamiento de la Corporación Autónoma Regional de las Cuencas de los Ríos Negro y Nare (Cornare), el Instituto Humboldt, las universidades de Antioquia y Católica de Oriente, la Sociedad Antioqueña de Ornitología y Ecoral durante el proceso.



Corazón y familia en un proyecto

A través del modelo ciencia participativa, comunitaria o ciudadana (nombres con los cuales también se le conoce al ejercicio del intercambio de conocimientos), la tecnología y procedimientos para recolección de datos en campo pasaron al dominio de “los monos”, todo un batallón de niños y adultos pertenecientes a los Cárdenas, y a las manos de catorce familias más involucradas y comprometidas con esta iniciativa.

El más sonriente de todo el proyecto y de “los monos“, según repitieron en reiteradas oportunidades varios de los asistentes a la reunión, es Luis Alejandro Cárdenas, un líder nato y carismático que no ahorra esfuerzos al momento de referirse a su familia y a los habitantes de la vereda La Hinojosa: “¿nosotros? (risas), pues… somos personas amables, humildes, amigables y con ganas de conservar los bosques que tenemos. Nos comprometimos y le metimos el corazón y la familia a este proyecto”.

Estos clanes familiares adicionaron a sus jornadas habituales en el campo y la finca, caminatas y recorridos en los cuales instalaron cámaras trampa y maniobraron tabletas y binoculares, herramientas que se sumaron al azadón, al machete, a la pala, el pico o el rastrillo usados en las tareas agrícolas.

La dinámica resultó similar al proceso que estas familias campesinas siguen para la siembra, fertilización y cosecha de productos agrícolas. La “semilla”, en este caso, la pusieron Cornare y el Instituto Humboldt al revisar documentación histórica disponible reunida en proyectos anteriores, académicos, bases de datos y similares, con los cuales identificaron una zona geográfica con predominantes vacíos de información, en comparación con aquellas que poseen amplios estudios y reconocimiento nacional por su oferta turística.

Paso seguido, seleccionaron e invitaron a las familias circundantes a la zona para diseñar con ellas una metodología que facilitara el levantamiento de los datos necesarios, no sin antes reconocer en el territorio las áreas de importancia estratégica y, en ellas, las presiones causadas por la actividad humana, los factores de pérdida de biodiversidad, fragmentación de suelos y contaminación de aguas. La primera fase solo estuvo concluida hasta la definición de un cronograma de realización del monitoreo y la formación en el manejo e instalación de las herramientas tecnológicas de apoyo.



Ese gato si sirvió

La “semilla” se arrojó al suelo fértil. De ahí en adelante todo sería cuestión de atención a los detalles, constancia y tiempo hasta la cosecha. Los resultados del primer inventario comunitario confirmaron la presencia en el territorio de 104 especies de aves (capitos, guacharacas, gallinetas, el paujil, pájaros barranqueros, collarejas), 14 de peces, 43 de plantas y 21 de anfibios y reptiles.

En más de 600 videos, gracias a las cámaras trampa instaladas por las familias, quedaron registradas 15 especies de mamíferos como tigrillos, osos mieleros y perezosos, conejos e incluso una chucha que “posó” por lo menos cien veces frente al lente, lo que indica que, entre otras, las comunidades superaron a sus maestros al poner en práctica la técnica del gateo (una persona se pone a gatas o en cuclillas e imita el movimiento de animales silvestres caminando desde diferentes ángulos en frente del objetivo de la cámara).

Emocionado por la contundencia de los frutos logrados Carlos Mario Zuluaga, director de Cornare, destacó el trabajo de las familias campesinas: “si algo descubrí con este proyecto es que los saberes están en el campo; que los científicos tienen ponchos o ruanas, sombreros, azadón y machete; y enseñan la esencia y fundamento de la naturaleza: la conservación, misma que practican no porque así reza la teoría sino porque es la vida de las comunidades”.

Pero no fue fácil conquistar tal nivel desde el inicio. Al comienzo, cuando la comunidad instaló las cámaras trampa, la ubicación no resultó óptima, “porque quedaban más o menos altas o a algunas personas se les olvida prenderlas”, comenta entre risas, Alejandro. Por ello, el acompañamiento constante de los expertos trajo consigo mejores resultados.

Convencido de la dimensión de la iniciativa en la que se embarcó, y una vez vivida la experiencia, Juan Guillermo Ospina, zootecnista de la Universidad de Antioquia, considera que: “el verdadero resultado es la construcción de sociedad, más que un listado o fotos bonitas, porque fue un compartir de conocimientos para el uso responsable de los recursos naturales”.

En una segunda oportunidad, llamada Biominga o Convite por la biodiversidad, “los monos” y sus vecinos se armaron de tabletas y binoculares con la intención de registrar aves, peces y flores en el monte. La sorpresa fue mayúscula cuando a la convocatoria llegaron cerca de 60 personas de la comunidad entre niños y adultos. La naturaleza respondió a tal motivación con 200 especies registradas: 93 de plantas, 18 de peces, 23 de anfibios y reptiles, 51 de aves y 15 de artrópodos.

El parte de satisfacción por lo vivido lo resumen las palabras de Alejandro: “pues, al principio conservábamos los bosques porque Banco2 nos daba un reconocimiento, pero cuando nos propusieron el proyecto caímos en cuenta de una cosa: no sabíamos qué había o más bien qué pasaba allá adentro; ahí fue que entendimos lo importante de conocer a fondo las especies. Es muy gratificante, uno se siente muy feliz”.

Del total de especies registradas en el convite, 2 de aves están en el listado de amenazadas del país, 3 de plantas, 4 de peces, 13 de reptiles e igual número de mamíferos. Los resultados de estas actividades y del desarrollo del proyecto reposan, hoy con el nombre Inventario Participativo BanCO2 en la plataforma digital NaturaLista.

Al consultar el listado aparecen 695 observaciones y 316 especies registradas por los participantes; una curiosidad del compilado de datos es el primer y segundo lugar en número de especies registradas (30) y observadas (146) respectivamente, ocupado por Mariela Cárdenas, integrante de la familia “los monos”, y quién antes de utilizar la tablet para hacer fotografías, no sabía usar un teléfono móvil; su confianza y disfrute de la actividad llegaron a tal nivel que alcanzó el record de más de mil fotos tomadas y, por supuesto, una tarjeta de memoria abarrotada.

Así relata, Mariela, su experiencia: “Juan David, un sobrinito me enseñó a manejar la tableta; cuando le cogí confianza, ya salía a caminar por la tarde, al caer el sol, por el jardín de la casa, al río, a las barrancas y le tomaba fotos a las abejas africanas, al maní forrajero, al velo de novia, hasta que un día llené una memoria completica”.

Al enumerar más productos de esta cosecha, por encima de las cifras, que por supuesto son importantes para el conocimiento y valoración de la diversidad biológica por parte de las comunidades y la ciencia, la respuesta apunta a un beneficio mutuo evidente en los puentes de comunicación fluida generados entre investigadores y familias campesinas.

En palabras de Brigitte Baptiste, directora del Instituto Humboldt: "hemos explorado un proyecto inédito que reconecta a las comunidades con su territorio; ellas están haciendo historia en el país de la biodiversidad con sus miradas y visiones, y al enseñar a nuestros científicos cómo funciona la vida en la cotidianidad. Seguramente, esta experiencia tendrá réplicas en toda Colombia".

Tampoco escapan otros hallazgos al final de este ejercicio: por ejemplo, que el activo de mayor valor para las comunidades campesinas es el bosque, seguido del agua; que la mejor estrategia de comunicación fue el voz a voz, proceso que incrementó la curva de crecimiento de los asistentes a las actividades, donde niños y mujeres lideraron con su presencia; y algo en particular que David Echeverri, biólogo de Cornare, apuntó: “aquí todos nos transformamos, pero más las comunidades. Estos inventarios generaron en ellas orgullo y sentido de pertenencia.”

Lo que resulta esperanzador al ser testigos de tal cosecha es que esta será la primera de muchas otras que se esperan en la zona piloto de un proyecto con estas características y dimensiones. El monitoreo y recolección de información continuarán y, seguro, no tardarán en replicar la experiencia otras autoridades ambientales cuya presencia en la geografía continental colombiana debe ser garantía de conocimiento, valoración, sostenibilidad y conservación participativa.