Instituto de Investigación de Recursos Biológicos
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Investigación en biodiversidad y servicios ecosistémicos para la toma de decisiones

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Nota de actualidad | Por: María Camila Méndez | 12/10/2022

Aquí en esto uno tiene que tener sangre de gallina




Carlos Recuero

Son 28 años aquí. Yo llegué con un cuñado mío y nos instalamos en un puesto al frente de un centro comercial cercano. Recuerdo mucho que mientras estuve trabajando allí el dueño del centro comercial mandaba a su secretaria a pedirme fruta. Yo se la daba, porque pensaba que en algún momento me la iba a pagar, pero no lo hacía. Una vez su esposa me preguntó que si él me pagaba, yo le dije la verdad, que no lo hacía. Entonces, ella me dijo a mí: "me haces el favor, a partir de la fecha, lo que él te pida, si no te da la plata, no le entregas nada. Y como yo sepa que tú le sigues entregando, soy yo la que te va a echar de aquí". Entonces me puso entre la espada y la pared. Ella vino y reunió a la familia de él y le puso la queja de lo que estaba pasando. Eso fue peor para mí. Y fue cuando me pasé a este lugar en el que trabajo desde hace 28 años. La gente de por acá arriba es muy humillativa y lo ven a uno como poca cosa, creen que este no es un trabajo digno. ¿Y de qué se nutren ellos?, ¿no es de lo que le compran a uno?

Mi ascendencia toda es de pueblo. Mi papá era de Calamar, en el sur de Bolívar, y mi mamá era de un corregimiento cerquita que se llama Hato Viejo. Esa fue una región próspera. Allá hay ganado, hay bastante leche, queso, pero lamentablemente se metió el paramilitarismo y ocasionó que mucha gente se fuera. Allá se perdió la tierra de mi familia, la herencia de nosotros se perdió. Por la violencia, mis padres se vinieron a Barranquilla. Pero cuando eso no había eso que hay ahora de la ley de Justicia y Paz. No había ni esos documentos que se podían guardar de desplazados. Ellos empezaron a tener una familia en Cartagena y después llegaron a Barranquilla, porque la mayoría de familiares, tíos y tías habían emigrado acá, a Barranquilla. En Bolívar, la familia se dedicaba a la ganadería y a cultivar yuca, plátano, se hacía queso. Yo nací aquí en Barranquilla, en un barrio que se llama Carrizal. Yo soy el quinto hijo de 9 hermanos. Yo fui el que estrené la casa de Carrizal, yo nací ahí, estando la casa a medias, cuando estaban empezando a hacerla. Yo solo pude estudiar hasta séptimo de bachillerato, no había recursos en mi casa. En esa casa mi mamá tenía anón, níspero, maracuyá, calabaza, ñame, plátanos como el guineo, manzano, cuatro filo, había la uvita pequeñita. Allá los nísperos eran grandotes, crecían en un patio grandísimo. Eso lo consumíamos nosotros. Mi mamá también tenía cría de animales. Un día se metieron y se lo robaron todo.

señora atendiendo puesto de plaza
Las plazas de mercado son el sustento económico de miles de familias; especialmente, aquellas dedicadas a la producción y comercio agrícola. Foto: Felipe Villegas


En Barranquilla mi mamá se dedicó a ser comerciante. Yo aprendí lo del comercio por mi mamá. Desde que tenía 9 años ya yo iba a Maicao con mi mamá y viajábamos a Bocachica allá en Cartagena a buscar loza. Por eso es que yo salí aventurero, a la familia, porque yo eso lo heredé de mi madre. Me enseñó a defenderme, a trabajar. El que salió así, comerciante, fui yo. Yo me podía perder y aparecía con un camión de ñame, un camión de queso, yuca, o sea, yo no me le arrugo a lo que salga. Con esa actividad mi mamá nos sacó bastante adelante. Fue mi mamá la que nos enseñó los valores porque, gracias a Dios, en la casa nadie fuma, nadie salió de mala cabeza, gracias a la buena crianza de mi madre.

Después de que salí de estudiar, a veces me iba a trabajar en la confección, porque mi hermano tenía su microempresa de costura. A veces yo me iba a viajar con compañeros, Algunos de ellos eran relojeros, otros técnicos de radio y máquina de coser, otros eran zapateros, y yo iba vendiendo la ropa de niño que hacía mi hermano. Yo era el que más vendía en las fiestas de los pueblos a las que íbamos y yo era el más pelado del grupo. Yo a veces, al recordar lo que hacía mi mamá, que hacía trueque, entonces yo también hacía trueques con familias que no tenían plata para comprarme los vestidos para los niños. Intercambiaba esa mercancía por queso o gallinas, y luego volvía a Barranquilla y vendía eso otra vez.

Con los años tuve una microempresa de pasteles. Yo repartía de pasteles de arroz con pollo y cerdo. Entonces una señora los hacía y yo me ganaba un porcentaje. Un día dije: "pero si yo puedo hacerlos también y no tengo que estar madrugando allá, sino que madrugo para mí". Y como Dios me dio el privilegio de captar y aprender rapidito, yo veía cómo hacía ella y empecé a hacer yo mismo mi producción de pasteles. Pero, en una época, cuando ya había acá un parque, el Parque Mutis, allá hay piscinas, toboganes, yo ahí surtía. Pero eso se echó a perder ahí, lo abandonaron y después la alcaldía de Soledad mandó a quitar todos los quioscos que había, donde uno vendía. Yo le ponía a los quioscos de a 20 o 30 pasteles. Se los ponía en la madrugada y los cobraba al día siguiente. Un poco de gente quedó cesante y el principal damnificado fui yo, porque toda la plata de lo que vendía, la perdí.

También fui mayorista de queso. Viajaba a los pueblos como César, al Guamo en Bolívar, a Hato Viejo, al Carmen, a San Juan, a Pivijai y a Plato en Magdalena. Buscaba queso por todos los pueblos y también fui damnificado del paramilitarismo, me sacaron del negocio también, porque no me presté para un negocio que ellos querían. Ellos veían que cuando yo entraba al aeropuerto a mí no me requisaba la policía ni nada. Yo atendía el casino Internacional del Aeropuerto y por eso entraba tres veces a la semana a llevar cinco o seis bloques de queso. No sabía que a mí me estaban haciendo seguimiento y un día yo estoy en la bomba, tanqueando la moto y ahí había un amigo, que todavía está vivo, yo estaba cobrándole lo del negocio, porque yo le ponía pasteles y quesos y yo liquidaba con él todos los domingos. Entonces, yo estaba hablando con él, cuando llegaron cuatro tipos en una camioneta y pidieron seis cervezas. Cuando mi amigo les llevó solo cuatro, ellos dijeron que habían pedido "una para Carlos y una para usted". Cuando dijeron Carlos, yo volteo a mirar extrañado. Y mi amigo me pregunta: "¿los conoce?". Y yo le dije: "no". Y me dicen: "no se asuste, viejo Carlos, está bien recomendando". Y yo le dije: "¿y de dónde nos conocemos?". Y me dice: "no, nosotros nos conocemos desde hace tiempo, lo que pasa es que no habíamos tenido tiempo de hablar así". Y entonces mi amigo les dice: "bueno, barájenmela más despacio. ¿Qué es lo que pasa con el chino?". Entonces me dijeron: "no, no se asuste. Lo que pasa es que nosotros le vamos a proponer un negocio, hay un negocio. No se preocupe, tómese la cerveza y ahora miramos". Cuando intenté irme, me repitieron que querían proponerme un negocio y me ofrecieron otra cerveza.

A mí siempre me han gustado los negocios. Yo tenía la microempresa de pasteles, repartía 12 o 15 bloques de queso diarios, y en la tarde yo repartía unos panes especiales que me hacían unos amigos y terminaba también en el aeropuerto. Un sábado, después de ese encuentro, iba por el hipódromo y me encontré de nuevo la camioneta de los hombres que me habían abordado antes. Me entraron nervios. Se bajaron unos hombres y me dijeron: "oye, Carlos, ven acá. Es que nosotros queremos hablar contigo". Y yo les dije: "¿de qué? Si ustedes me dicen que es negocio y yo vendo pasteles y quesos. ¿Qué es lo que quieren ustedes?". Nos sentamos en una esquina y pidieron cinco cervezas. "Mira, lo que pasa es que nosotros tenemos gente allá en el aeropuerto", me dijeron, "lo que pasa es que a nosotros nos conocen. A ti te conocen más, pero no saben lo que tú vas a hacer". Yo les dije: "ahora como que les estoy entendiendo menos". "No, hombre, tú entras lunes, miércoles y viernes al aeropuerto a entregar quesos al casino. Nosotros necesitamos... ya eso, allá adentro todo está hablado. Tú vas a entrar... abajo tú no vas a llevar quesos, van a ir unas bolsas blancas como si fueran quesos y tú vas a llevar un solo bloque de queso, pero allá se te van a facturar los mismos cinco o seis bloques de queso". Yo no tenía ni idea de lo que ellos me estaban planteando. Y continuaron: "como tú entras allá como Pedro por su casa, pues tú vas a meternos unos paquetes para nosotros que allá ya saben lo que van a hacer con ellos". Yo les dije: "amigos, ustedes como que están hablando con la persona equivocada". "¿Cómo que no? Si usted lo que va a ver es plata".

Yo vivía en Carrizal y al lado había un lote de mi tío. Yo ese lote lo tenía limpiecito y ahí ponía dominó, cartas y la gente tomaba sus cervezas. Un domingo, yo estoy haciendo el aseo, cuando llegó la misma camioneta. Ese día me amenazaron con la seguridad de mis hijos. Me dijeron: "o vas a salir adelante o vas a ser un pobre diablo toda la vida". Yo les dije: "bueno, yo confío es en Dios que es el que me provee". Entonces, eso fue un domingo en la mañana. El lunes yo fui a llevar los quesos al aeropuerto y no me los recibieron. Fui a unos graneros que tenía y tampoco me recibieron. Y así, los clientes empezaron a decirme que no. Un día, la camioneta volvió a cerrarme y se bajaron los hombres: "¿no estás vendiendo quesos, verdad? Te dijimos que por no colaborar con nosotros te vas a quedar sin negocio, y te vas a morir de hambre. Y cuando quieras venir a arreglar con nosotros, ya no va a haber arreglo, pues ya encontramos quien nos haga el negocio". Entonces ahí fue cuando yo entendí que ellos eran los que me habían bloqueado. Yo tenía una clientela grande y la perdí. Me tocó retirarme del negocio del queso y empezar de nuevo.

puesto de plaza
La pandemia evidenció la importancia de las plazas de mercado como centros de abasto para las familias y negocios del país. Sus cierres, a causa del confinamiento, impactaron la seguridad alimentaria y económica de muchos. Foto: Felipe Villegas


Un amigo fue el que me trajo a mí por acá. Me dijo: "ponte ahí, vende fruta. Tú no vas a dejar morir a tus hijos de hambre". Me vine y hasta el sol de hoy. Cuando la pandemia, la alcaldía y la policía nos obligó a irnos, porque nos echaron engañados de que nos iban a ayudar, y nunca lo hicieron. Yo me fui para la casa, pero como le digo, yo siempre he sido echado pa lante y allá en la casa me la ingenié, puse este mismo negocito allá cuando cerraron, porque también cerraron por allá. Entonces, yo me fui para el mercado y traía bulto de yuca, de ñame, guineo verde, traía fruta y empecé a vender en la puerta de la casa. Mandé a hacer 4 mesas y llenaba unas canastas que tengo de papaya, de guayaba, de naranja, de toda clase de frutas. Eso también despertó envidia de los tenderos por ahí. Después me enfermé. Yo tengo problemas de columna y me enfermé. Yo tuve varias caídas en la moto y nunca le presté atención. Pero yo sí sabía de las dolencias que yo tenía. Y después se me recrudeció, porque me tocaba alzar el bulto de yuca, el bulto de ñame, el de guineo verde, el de plátano... Por eso me enfermé, en plena pandemia. Y me estaba yendo bien, mis pelaos estaban contentos porque llegué a juntar casi cuatro millones de pesos en un año, libre de todos los gastos. El negocio surtidito de todo. Yo allá en la casa vendía pescado, cerdo, queso, huevos, patilla. Después me dio COVID y fue muy grave. Me endeudé mucho. Pero bueno, logré salir de eso. Yo estoy aquí desde hace solo unos meses, volví en diciembre del 2021. Recuerdo que después de estar dos años sin ver a una amiga clienta de por acá, nuestro reencuentro estuvo lleno de abrazos y lágrimas. Ella pensaba que me había muerto, no supo nada de mí durante todo ese tiempo. Varios clientes me dijeron: "Carlos, yo te lloré, porque yo pensé que habías muerto".

Como yo siempre he sido curioso de averiguar el origen de cierta fruta, porque hay cierta fruta que se da en distintas regiones. Yo voy al mercado de Barranquilla desde hace 28 años. A veces también compraba en el Puerto de Soledad, que llegó a ser un puerto importante, porque le compraba directamente a los agricultores, a los campesinos que sembraban. Ellos venían por el brazo del río, a eso le llaman la isla de Cabica, venían en su chalupa y traían el producto que ellos mismos cultivaban. Traían habichuela, cebollín, apio. Venían del Magdalena, del Morro, de San Antonio. Yo les tenía que comprar todo el producto para justificar su viaje. Yo era un mayorista, porque yo acaparaba esas compras y después las revendía. Al mismo tiempo que vendía los quesos, vendía este tipo de mercado. Pero eso también lo tuve que dejar de hacerlo por las extorsiones que empezamos a sufrir las personas que trabajábamos allá, la corrupción empezó a ser protagonista en Soledad.

Todos los días voy a los mercados del centro a conseguir mercancía fresca. Llego al mercado a las tres de la mañana, me levanto a las dos, por eso me acuesto temprano, a eso de las siete o siete y media de la noche. Yo tengo mis proveedores específicos. Algunas frutas son de temporada, así que solo puedo irlas a buscar en unos meses determinados. Por ejemplo, el anón sale en agosto y eso en un mes tú te haces toda la plata del mundo porque ese es algo que lo pelean. El mamón también es de una época específica. El mamón que es grandísimo, es ácido, pero es muy nutritivo. Después de comprar en el mercado, le pago a un amigo que tiene una camionetica que me trae la compra desde el mercado hasta aquí. Me cobra 15 000 pesos todos los días. Yo nada más en transporte, por salir de la casa y llegar aquí, gasto 25 000 pesos, que me gasto sin tomarme un tinto, sin tomarme un café ni un jugo, nada. Aquí en mi puesto la gente se da el lujo de ver que todo está fresquecito y escoge la que le gusta. Así el cliente se va satisfecho.