Instituto de Investigación de Recursos Biológicos
Alexander von Humboldt

Investigación en biodiversidad y servicios ecosistémicos para la toma de decisiones

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Nueva especie de pez gato en aguas del río Tetuán

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Nueva especie de pez gato en aguas del río Tetuán

Bogotá, D. C., 04 de agosto de 2016

 Figure 3
 
 

• Nueva especie de pez gato o bagre (Trichomycterus tetuanensis), fue hallado en aguas del Tetuán, cuenca alta del río Magdalena. Está incluida ya en el inventario de especies de la biodiversidad colombiana.

• El tamaño de estos peces gato está entre menos de 2 y hasta 50 centímetros. La familia contiene 283 especies y 41 géneros, agrupados a su vez en nueve subfamilias.

• Por su aspecto físico poco variado fue necesario examinar el esqueleto a través de un proceso conocido como diafanización, que consiste en tomar el ejemplar para transparentarlo.

Una nueva especie de pez gato o bagre (Trichomycterus tetuanensis) nada en aguas del río Tetuán, cuenca alta del río Magdalena. Se incluye ya en el inventario de especies de la biodiversidad colombiana, gracias a trabajos de exploración y análisis de los investigadores Carlos DoNascimiento, curador de la Colección de Peces de Agua Dulce del Instituto Humboldt, Luis García y Francisco Villa, del Grupo de Investigación en Zoología de la Universidad del Tolima.

Esta especie, de ojos pequeños y cuerpo alargado, convive con el guabino o pez lápiz (Trichomycterus banneaui) en las aguas de tierras bajas del río Tetuán, lugar donde hasta ahora solo se le ha hallado. Con este descubrimiento suman 16 las especies registradas para la cuenca del río Magdalena, que concentra la mayor diversidad del género en Colombia.

Aunque tiempo atrás varios investigadores, quienes trabajaron en la misma cuenca del Magdalena, consideraban que la especie correspondía a otra descrita en Panamá, el trabajo de laboratorio y la experiencia de los autores en el estudio de peces de este grupo confirmaron que se trataba de una especie distinta: “al examinar en mayor detalle las características morfológicas de los ejemplares colombianos y contrastar los resultados con los especímenes tipo, con los cuales se nombró la especie de Panamá, pudimos entonces concluir que los ejemplares del Magdalena constituyen una especie distinta, nueva y endémica”, dice Carlos DoNascimiento.

Dado que la especie varía poco en cuanto a su aspecto externo en general, fue necesario examinar el esqueleto para determinar características que permitieran identificarla y reconocerla dentro de todas las especies del grupo. El proceso realizado se conoce como diafanización y consiste en tomar el ejemplar para transparentarlo, como explica DoNascimiento: “el esqueleto se tiñe completamente con pigmentos afines a los minerales que constituyen el soporte óseo y cartilaginoso de los vertebrados; así se pueden observar detalles de su anatomía interna para describir sus características, ver a través de todos sus tejidos blandos (piel y musculatura), los huesos, tendones y ligamentos que unen huesos entre sí”.

De esta manera fue posible listar las características morfológicas de este pez, entre las que destacan la aleta de la cola notablemente escotada, los numerosos dentículos (espinas) en el opérculo o aleta dura que cubre las branquias, la coloración marrón claro con puntos más oscuros dispersos de manera uniforme sobre el dorso y los costados y las infaltables barbillas largas y aplanadas como mecanismo sensorial adicional, repleto de papilas olfativas para tocar y oler el entorno hasta detectar potencial alimento; entre otras.

El tamaño de los peces gato de la familia Trichomycteridae, también conocidos como bagres lápices y candirús, varía con medidas de entre menos de 2 hasta los 50 centímetros y su distribución geográfica es amplia, a ambos lados de los Andes suramericanos, desde la Patagonia hasta América Central. La familia contiene 283 especies y 41 géneros, agrupados en la actualidad en nueve subfamilias.

Y es que Trichomycterus es uno de los géneros más diversos, con una cantidad de especies por encima de la mitad de las conocidas de la familia. De hecho, el informe científico que sustenta su hallazgo, indica que algunas particularidades de este pez gato y su posible relación de parentesco con otros Trichomycterus, aún están en discusión.

No es de extrañar, entonces, la diversidad taxonómica de Trichomycterus, debido a la marcada distribución y limitada de las poblaciones que se encuentran en las cabeceras y quebradas de montaña de los sistemas fluviales colombianos.

Encuentros con la biodiversidad en la Feria de las Flores

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Vamos todos al desfile,
al parque y al jardín.
El Humboldt está en la feria
esperando por ti.

Como la biodiversidad es cultura, del 2 al 7 de agosto el Instituto se pone el carriel y el sombrero para ir a la Feria de Flores en Medellín, donde se hace un homenaje a la mujer, la fertilidad y la vida.

Desde hace 59 años, la ciudad se engalana con gran diversidad de colores y aromas, constituyendo una de las ferias más emblemáticas del país, y en la que este año hay varias formas de encontrarnos con la biodiversidad.

El desfile de silleteros, tradición de la cultura paisa campesina, es el evento central de esta feria. Esta práctica fue declarada como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación por el conocimiento sobre el cuidado de la tierra y cultivo de las flores, que ha pasado de generación en generación por más de 150 años.

En el Jardín Botánico, la exposición Orquídeas, pájaros y flores resalta la flor nacional y las más de 4.000 especies de orquídeas en Colombia, que hace que seamos el país con mayor diversidad de estas flores. Allí, el Instituto contará con un stand donde pueden acercarse a conversar sobre la biodiversidad colombiana y consultar nuestras publicaciones.

Si cruza la calle, en el Parque Explora encontrará la exposición Antídoto para el olvido, que le recordará que la biodiversidad está en la mesa. La guama, el mamoncillo y la guayaba son algunas de las 400 especies de plantas nativas alimenticias que tenemos los colombianos para saborear y rescatar del olvido.

Si eres apasionado de la biodiversidad no puedes dejar de visitar el Jardín Botánico y el Parque Explora.

En el Jardín Botánico: Exposición Orquídeas, pájaros y flores. Stand C3.
En el Parque Explora: Exhibición Antídoto para el olvido, redescubriendo nuestras plantas alimenticias.

Aves colombianas traficadas ya tienen su huella genética

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Aves colombianas traficadas ya tienen su huella genética

Bogotá, D. C., 28 de julio de 2016

 FOTO 3 HENRY ARENAS
 
 

- Investigadores del Instituto Humboldt generaron códigos de barras genéticos para identificar casi la mitad de las especies de aves traficadas de forma ilegal en Colombia, algunas de las cuales parecen representar especímenes aún no descritos.

- El código de barras de ADN se basa en el uso de una región del genoma que sirve como etiqueta para la identificación rápida de especies.

- La información genética es una herramienta clave en el conocimiento, manejo y conservación de la biodiversidad. No obstante, en Colombia aún falta estudiar este nivel de variabilidad biológica.


Después del tráfico de drogas, armas y personas, el de flora y fauna silvestre es el cuarto negocio ilegal más lucrativo del mundo. Este delito amenaza la conservación de la biodiversidad global y contrarrestarlo exige que las autoridades ambientales actúen con rapidez y eficacia. Esta tarea resulta, en algunos casos, una utopía, especialmente cuando la posibilidad de identificar las especies decomisadas es a través de sus rasgos físicos.

Los traficantes aprovechan esta coyuntura para comerciar, incluso, solo fragmentos de pieles, cuernos, caparazones, huevos, organismos juveniles que no se diferencian entre especies e individuos adultos a los cuales alteran o remueven rasgos físicos que sirven para identificarlos. En tal caso, la alternativa restante es el uso de la información genética de los especímenes incautados.

Sobre este asunto, Henry Arenas Castro, investigador del Laboratorio de Genética de la Conservación del Instituto Humboldt, menciona: “hoy en día, aunque cuentes con las muestras de especies traficadas, no es posible identificarlas en todos los casos; por ejemplo, si incautas un huevo o un pichón es difícil identificarlos porque aún no exhiben los rasgos propios de la especie o porque les pintan las plumas u otras partes del cuerpo para hacerlos pasar por una especie que no son; incluso, algunos traficantes con experiencia en el tema remueven plumas o parches de los individuos, rasgos claves para saber a qué especie pertenecen”.

Y es en este aspecto que el Laboratorio de Genética de la Conservación del Instituto Humboldt trabaja para identificar especies silvestres víctimas de tráfico ilegal en Colombia. A partir de 281 muestras de tejidos provenientes de todo el país, los investigadores del Humboldt generaron secuencias del código de barras genético de 152 especies de aves de Colombia, especialmente endémicas, protegidas legalmente, incluidas en los apéndices de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES) y en riesgo por tráfico ilegal. Algunas de estas especies son loros, colibríes y aves de caza, 47 de las cuales carecían de esta información.

Por primera vez se obtuvieron los registros de códigos de barras de ADN para 38 colibríes, cuatro loros, tres halcones y dos especies de búhos, principalmente endémicos de los Andes del Norte, lo que corresponde al 46 % de las especies de aves registradas en la lista colombiana CITES, según información publicada en la reciente edición de la revista Molecular Ecology Resources.


A partir de este insumo, individuos de cualquier especie catalogada genéticamente pueden ser identificados a partir de gotas de sangre, plumas, huevos o muestras de músculo y huesos. Esta información es una herramienta valiosa no solo para autoridades ambientales y judiciales, sino también para la comunidad académica pues once de estos especímenes mostraron señales genéticas que indican que su diversidad es mayor a la esperada.

Hurgando la biblioteca de la vida

El código de barras genético es un método estandarizado de identificación de especímenes a través del análisis de fragmentos cortos de ADN de una región esencial en todos los animales que es lo suficientemente variable para diferenciar entre especies. Dicha información se deposita en la base de datos pública del programa internacional “Código de Barras de la Vida” (BOLD) acompañada de datos geográficos y fotografías de tal forma que, a partir de una muestra de tejido (p. ej. semilla, pluma), pueda identificarse una especie.

Un problema persistente para la aplicación de los códigos de barras de ADN es disponer de una base de datos de referencia completa. Por ejemplo, no es posible identificar y procesar un delincuente solo con sus huellas digitales ni por su material genético si la persona no está registrada en un banco de datos. Así mismo, a pesar de tener muestras genéticas de un ave traficada, no podría identificarse el grupo al cual pertenece si no existe un registro público con información genética de las diferentes especies de aves.

Acerca del proceso, Henry Arenas explica: “al tomar una muestra de hueso, sangre, plumas o incluso de un huevo puede extraerse el ADN y amplificarlo, para examinar una región en particular que ya está caracterizada, al comparar su secuencia con la base de datos se puede establecer de cuál especie proviene la muestra. El éxito depende de una muy buena base de datos construida previamente, en este caso de aves, con la cual comparar individuos que normalmente son objeto de tráfico ilegal; esta fue la razón que motivó la iniciativa del Humboldt”.

Además de utilizarse en el reconocimiento de especímenes que son objeto de tráfico ilegal, esta identificación es de importancia en los sectores de la salud, económico, agropecuario y ambiental para tomar medidas en casos de epidemias, plagas e invasiones biológicas. De igual forma, dicha caracterización permite descubrir especies desconocidas, aparentemente muy parecidas a las conocidas pero que a nivel genético resultan ser linajes distintos.

Dada la relevancia y beneficios que trae consigo el uso del código de barras de ADN para catalogar especies y nutrir la base de datos de las mismas, son indispensables decisiones políticas que aceleren los procesos y faciliten a las autoridades ambientales su trabajo de reconocimiento de especímenes traficados in situ pues el tiempo de espera es considerable mientras una muestra va a un laboratorio regional o local, en el mejor de los casos, o por el contrario hasta Bogotá, ciudad que concentra la mayoría de sitios especializados en la materia.

“Una forma más rápida y práctica sería la implementación de laboratorios móviles en sitios ya identificados como rutas de tráfico, pues las pruebas se realizarían de inmediato en campo. Así se ahorra tiempo mientras se espera que la muestra viaje para ser analizada, comparada y los resultados regresan. Sería ideal lograrlo, pero esto requiere una inversión estatal”, señala Arenas.

Colombia está “mal parada”

Según los datos registrados en el Sistema de Información sobre Biodiversidad de Colombia (SiB), en nuestro país los grupos mejor representados tienen secuencias genéticas de apenas un 5 % de sus especies, lo que acentúa la necesidad de aumentar tales estudios en el país, más si se considera que la variabilidad del ADN en las poblaciones está relacionada con el potencial de adaptación que las mismas tienen frente a cambios en su ambiente; de tal manera que datos de esta naturaleza permiten calcular el flujo genético entre poblaciones, aislamiento o conectividad y, por ende, vulnerabilidad a la extinción.

También es posible, en una escala de organización biológica más amplia, medir la diversidad en la historia evolutiva del conjunto de especies que hacen parte de la comunidad. Análisis a este nivel deben ser considerados en la priorización de áreas para la conservación ya que demuestran el potencial de respuesta al cambio de comunidades en un área determinada.

No obstante, en Colombia, la iniciativa de códigos de barras de ADN está restringida principalmente por la dificultad de obtener financiación que apoye este tipo de iniciativas. Para mejorar la situación, el Instituto Humboldt coordina la Red Internacional de Código de Barras en Colombia (iBOL Colombia), la cual promueve la caracterización genética de la biodiversidad del país.

Con lo anterior, el código de barras de ADN toma protagonismo en el contexto colombiano como herramienta crítica en el control del tráfico ilegal de aves y otras especies a través de las fronteras, ya que es efectivo para identificar muestras de organismos que carecen de características evidentes que faciliten su reconocimiento.

 

Los bosques neotropicales y el cambio climático a través del tiempo geológico

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Los bosques ubicados en los trópicos de América son altamente diversos. La historia de cuándo y cómo se originó esta biodiversidad a través de millones de años se reconstruye gracias al registro fósil, es decir, los restos o señales de organismos que vivieron antes de las formas de vida actuales.

Aunque aún se conoce muy poco acerca del registro fósil de los trópicos, recientes estudios nos permiten hacer un recorrido por la diversidad de los últimos 120 millones de años y los cambios ecosistémicos que ocurrieron durante niveles extremos de temperatura y CO2 atmosférico, o bajo cambios topográficos dramáticos como el levantamiento de los Andes.

Esta evidencia que nos entregan los estudios paleontólógicos nos permite entender las consecuencias que los cambios climáticos han tenido sobre la biodiversidad del pasado y cómo, posiblemente, responderá la biodiversidad actual.

Nuestro próximo Humboldt ConVida se centrará en la historia de nuestros bosques a través del tiempo. Estará a cargo de Camila Martínez, bióloga de la Universidad de los Andes y actual estudiante de doctorado de la Universidad de Cornell. Los esperemos el lunes 1 de agosto a las 10 de la mañana en nuestra sede Venado de Oro.

Reseña del libro “Naturaleza urbana. Plataforma de Experiencias”

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Por Juana Mariño


La relación entre ciudad y naturaleza parecería, a simple vista, un asunto cercano, casi obvio para los habitantes urbanos: nacimos, crecimos y hemos vivido moviéndonos entre estos dos conceptos, habitándolos y administrándolos cotidianamente. Sin embargo, desconocemos qué significa cada uno de estos conceptos y, principalmente, cuál es su relación intrínseca, tampoco sabemos cómo afectan nuestra cotidianidad. Para los citadinos, la naturaleza parece estar cada día más lejos, no solo espacial sino culturalmente.

A este desapego del poblador urbano con el entorno natural ha contribuido, probablemente, la distancia que ha existido entre las diversas aproximaciones científicas, sociales y políticas que, en las últimas décadas, han buscado explicaciones y posibles soluciones al desencuentro general y cada día más evidente entre el ser humano y el planeta que habita. Este último en poco más de un siglo pasó de ser esencialmente rural a ser urbano. Transición que se dio sin una comprensión adecuada de los complejos cambios en los sistemas de relaciones de la sociedad con el planeta, en particular en las ciudades.

Con la creciente importancia global de las ciudades como centros económicos, sociales y culturales del mundo se ha incrementado la información sobre las mismas, así como el discurso teórico sobre su problemática; simultánea y no siempre articuladamente se toman decisiones y se ejecutan acciones que transforman los paisajes urbanos, la vida de las personas y la salud de los ecosistemas. Como resultado, se sigue gestionando el territorio con base en definiciones tradicionales sobre lo rural y lo urbano, lo construido y lo natural.

No en poca medida, esta aproximación insuficiente de la complejidad de lo urbano es causa y efecto del distanciamiento entre dos disciplinas determinantes de lo gris y lo verde en las ciudades: arquitectura y ciencias biológicas; distanciamiento que afecta negativamente la relación entre construcciones y naturaleza, las condiciones vitales de y en las ciudades y la cultura de sus habitantes.

Como un aporte fundamental a acortar distancias y cerrar brechas entre el diseño de las ciudades, la preservación de la biodiversidad y los servicios ecosistémicos y las decisiones sociopolíticas, este libro propone un temas clave: la gestión de los paisajes urbanos como reflejo de las relaciones entre sociedad y naturaleza. El objetivo general es avanzar hacia respuestas a las preguntas vitales: ¿cómo establecer una nueva relación entre diseño y “biodiversidad”?, ¿cuál es el papel de los ciudadanos en esta relación?, ¿cuál el de las autoridades?

Cada una de las experiencias contenidas en el libro constituye una plataforma de reflexión basada en las experiencias desarrolladas a diversas escalas, en diversos contextos geográficos, políticos y socioeconómicos, con diversos objetivos y participantes específicos. Sin pretender dar fórmulas ni soluciones mágicas, el libro muestra opciones, alternativas, posibilidades reales de gestionar algo tan complejo e incierto como la relación entre ciudad y naturaleza.

A pesar de quedar momentánea y bellamente congeladas en el libro, cada una de las experiencias es el reflejo de un proceso cuyo desarrollo, experiencias, dificultades y avances constituyen probablemente el principal aporte, más allá de los resultados específicos y evidenciables cada uno de estos procesos.

Asimismo, el presente libro constituye parte de un proceso iniciado hace años en el Instituto, un importante hito en un camino hacia el fortalecimiento de la interfaz ciencia-política-sociedad para la gestión integral de la biodiversidad y los servicios ecosistémicos en nuestras ciudades.

JUANA MARIÑO

Es consultora independiente y arquitecta de la Universidad de los Andes. Fue Coordinadora del Programa de Política, Legislación y toma de decisiones del Instituto Humboldt y directora de ordenamiento territorial del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de Colombia. Tiene más de veinte años de experiencia en planeación urbana y rural, desarrollando proyectos para entidades públicas y privadas de Colombia, Ecuador, Perú y Nicaragua. Ha sido profesora de la Escuela de Arquitectura y Diseño Industrial de Panamá y de cursos de posgrado en las Universidades del Rosario y Externado.

Libro rojo de reptiles de Colombia (2015)

El Libro rojo de reptiles de Colombia (2015) es una iniciativa que se llevó a cabo con el aval del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible. Fue liderado por el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt y la Universidad de Antioquia,con el apoyo técnico de la UICN. Se contó con la participación de más de 50 investigadores y 30 instituciones de índole nacional e internacional.

Colombia es el cuarto país más diverso en reptiles a nivel mundial. Para actualizar la evaluación del riesgo de extinción de los reptiles en nuestro país, se aplicaron los criterios de categorización UICN a 510 especies y dos subespecies de reptiles, incluyendo tortugas (32 sp. y dos subespecies), crocodílidos (6 sp.), lagartos (211 sp.) y serpientes (261 sp.), de las cuales el 10% (50 sp.) se listaron bajo alguna categoría de amenaza: 11 en peligro crítico, 16 en peligro y 17 vulnerables. Las tortugas y los lagartos fueron los grupos con el mayor número de especies amenazadas. Sin embargo, los más afectados –porcentaje de especies amenazadas sobre el total de especies para el grupo- fueron los crocodílidos con el 50% de especies amenazadas, seguidos de las tortugas con el 37%. Las amenazas a este importante grupo biológico aún persisten y el panorama es poco alentador, por lo que se requieren medidas urgentes para garantizar su conservación.

 

Para descargar la publicación, haga clic aquí.

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Alianzas para la biodiversidad

El proyecto Conservación de especies amenazadas en el área de influencia del Oleoducto Bicentenario: un enfoque de gestión empresarial de biodiversidad y servicios ecosistémicos, es una alianza entre el Instituto Humboldt y la empresa Oleoducto Bicentenario. La iniciativa desarrolló un diagnóstico social y ecológico que aporta a la estrategia de gestión ambiental empresarial y, al mismo tiempo, sirve de plataforma para fortalecer a las comunidades sobre la gestión de biodiversidad y servicios ecosistémicos en sus territorios.

A través de alianzas con organizaciones locales conocedoras de la biodiversidad y su gestión, como la Fundación Reserva Natural La Palmita y La Fundación Cunaguaro, se fortalecieron capacidades institucionales y la interlocución con los pobladores locales fue más fácil, generando confianza y garantizando la permanencia de procesos más allá de la vigencia del proyecto.

El proyecto combinó el conocimiento local y científico para entender los cambios y tendencias de la biodiversidad en el territorio y su valor como generadora de bienestar. Adiconalmente, identificó las amenazas y acciones para evitar su deterioro, partiendo de la construcción conjunta de conocimiento y generando estrategias de manejo y conservación concertadas.

Esta investigación, que incluyó un análisis multiescalar –paisaje, ecosistema y especies– e integral –características sociales, económicas y culturales asociadas con biodiversidad–, permitió mejorar el estado de conocimiento del área mediante la generación de información últil para otros actores involucrados en la gestión, entre ellos sectores productivos, autoridades ambientales, academia y población local.

Como resultado, se produce un video documental sobre el proceso comunitario desarrollado en los municipios de Tame (Arauca), Támara, Pore, San Luis de Palenque, Trinidad y Hato Corozal (Casanare) y una publicación con información relevante encontrada sobre biodiversidad y servicios ecosistémicos del área de trabajo.

A los Cerros Orientales no les dé la espalda, recórralos con el Humboldt

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A los Cerros Orientales no les dé la espalda, recórralos con el Humboldt

Bogotá, D. C., 11 de julio de 2016

 
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- El Instituto Humboldt realiza recorridos temáticos, guiados y gratuitos por senderos ubicados en predios de su sede Venado de Oro, en los Cerros Orientales bogotanos, para fomentar prácticas y estudios de fauna, flora, restauración ecológica y educación ambiental.

- El recorrido es de 1,5 kilómetros, tiene una duración de dos horas, permite observar la ciudad y los cerros cubiertos por vegetación nativa y foránea; también, evidenciar el proceso de restauración ecológica que desde hace dos años se implementa en asocio con el Jardín Botánico José Celestino Mutis.

- Niños desde los 7 años de edad, estudiantes escolares, universitarios, grupos de amigos familias o turistas pueden unirse a esta experiencia a través de las convocatorias publicadas en redes sociales o previa inscripción al correo Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Los recorridos guiados del Humboldt están diseñados para interactuar con la naturaleza, desde los sentidos, transformando el espacio en un aula viva reveladora. Con algo de suerte, ojos y oídos agudos, el visitante puede toparse con alguna de las 67 especies de aves que habitan la zona, entre ellas búhos, trepatroncos, colibríes, sinsontes y águilas, o maravillarse con especies de nogales de 20 metros de alto, curubas, encenillos, papayuelas, orquídeas, uchuvas, quiches, uva camarona, eucaliptos, acacias y pinos.

Al inicio del recorrido, basta con avanzar unos metros para observar los cerros Monserrate y Guadalupe en su inmensidad, también parte del cañón que los divide. Es justo ahí donde se derivan los llanos orientales colombianos y comienzan los relatos del pasado cuando estas colinas, abundantes en vegetación nativa, eran para los muiscas el centro del mundo y del cosmos, residencia de divinidades, cercanía al cielo, motivo de adoración y despensa de alimento y medicinas.

Las casi 14 mil hectáreas que bordean la ciudad de norte (Humedal Torca) a sur (Boquerón de Chipaque) y alturas que alcanzan los 3.575 metros sobre el nivel del mar fueron, además, insumo en la fabricación de viviendas y edificaciones de la naciente Santa Fe de Bogotá, e incluso escondite de fugitivos amantes que huyeron al espeso bosque y por azar tropezaron con el oro de tribus indígenas milenarias que aún permanece oculto, como cuenta la leyenda.

Y es, precisamente, el desconocimiento de esta historia lo que inspira la propuesta de los recorridos: “a la gente se le olvidó que aquí había orquídeas y normalmente las asocia con tierras bajas; la gente olvidó que aquí había robles y cedros que eran sagrados para los indígenas y desaparecieron de nuestra historia cultural”, afirma Wilson Ramírez –coordinador del Programa Gestión Territorial de la Biodiversidad y líder de la expediciones¬– que busca y recolecta material nativo de los cerros que, tras fortalecerse en viveros, es sembrado en lugares estratégicos para su dispersión y atracción de especies de polinizadores.

Al continuar el trayecto aparecen, como cicatrices, vestigios de una incontrolada deforestación de especies nativas que sumada a construcciones civiles, prácticas agrícolas y ganaderas no sostenibles acarrearon un desequilibrio ecológico que intentó resolverse con un plan de reforestación con especies foráneas de pino, eucaliptos, retamo o acacia negra. Lejos de solucionar los inconvenientes ecológicos, estas especies –conocidas también como invasoras por su rápido crecimiento, dispersión y producción de semillas– dejaron los suelos llenos de hojarasca y semillas de sus árboles, también áridos al drenarles el agua necesaria para su crecimiento.

Menciona Wilson que al principio “se hizo un muestreo de lo que había en flora y fauna, así como un mapeo de actores sociales de los alrededores con el fin de entender cómo se asentaron aquí y su relación con el entorno para entender la historia de degradación de este lugar. Finalmente, y entendiendo esa línea base social y ecológica, se diseñó una línea de restauración”. Más adelante, el tramo propone un ejercicio de observación del sitio para comprender que la diversidad biológica se presenta no solo en zonas desprovistas de presencia humana sino también en las ciudades. Es así como parques, jardines, humedales, flores ornamentales, perros, palomas o chulos se integran al concepto de biodiversidad urbana.

Finalmente, y en contraste con las abundantes plantaciones de especies invasoras, los visitantes se enteran del proceso de restauración ecológica que le ha devuelto vegetación nativa a los cerros: bejuco lechoso, anturio bogotano, piñuela, angelito blanco, botoncillo y té de Bogotá. También se encuentran otros árboles olvidados del antiguo bosque maduro de estas colinas como el amarillo, el pino hayuelo, el nogal, el ruache y otros géneros más veloces de hierbas, trepadoras y arbustos que a lo largo de un año florecen y producen semillas que terminarán dispersas por el terreno.

“El ciudadano no identifica los cerros como lo eran hace 100 o 200 años, sino como son hoy, poblados de grandes plantaciones de eucaliptos y pinos. La gran ventaja es que estos cerros aún contienen mucho material nativo que si lo sabes rescatar lo puedes volver a propagar”, enfatiza Wilson.

Los árboles más lentos, por el contrario, tardarán por lo menos dos o tres décadas en producir la primera semilla, pero esta particularidad no desmoraliza, por el contrario, estimula para continuar con la reintroducción de especies que, a futuro, devuelvan la identidad ecológica, eleven la cifra de flora nativa del lugar a más de 300, un número que se estima es similar al de bosques endémicos bien conservados y de áreas equivalentes a la del Venado de Oro y permitan observar aves no comunes en los bosques de la ciudad como la pava andina.

En una de las ciudades más pobladas de América Latina, y a escasos kilómetros del centro y sur urbanos se imponen los Cerros Orientales, postales vivas en el paisaje capitalino que hospedan fuentes hídricas y bosques altos andinos que garantizan calidad y disposición de servicios ambientales para casi ocho millones de capitalinos, 18 especies de mamíferos, 119 de aves y 443 de plantas; cinco familias de reptiles y nueve de anfibios; además, son la conexión ecológica regional de municipios vecinos. Conservar y aumentar estos registros depende de iniciativas como las implementadas por el predio Venado de Oro, que apuestan por la revitalización de la historia natural de estos gigantes vitales que, más que brújulas de ubicación geográfica en la ciudad, cobijan vida en múltiples formas.

Sistemas agroalimentarios inteligentes (Columna de Brigitte Baptiste)

Brigitte Baptiste, directora del Instituto Humboldt
07/07/2016
 
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En estos días en los que las palomas vuelan en contra de la paz y las vacas comen oso a medida que la frontera agropecuaria sigue extendiéndose de manera innecesaria e irresponsable, la gente de las ciudades se pregunta “qué es realmente bueno para comer”. Como Marvin Harris en su famoso libro (Alianza, 1999). Nadie sabe ya si el gluten es venenoso, si el metal de la lata de atún se consume con el contenido, si la propaganda contra los transgénicos es solo una estrategia contra las corporaciones o realmente estos tienen incidencia en el bienestar humano. Reina la incertidumbre, especialmente en las ciudades, nichos de propaganda y pérdida de referentes acerca de los procesos productivos rurales, sean estos campesinos o industriales.

Ya es evidente la transversalidad de las políticas alimentarias y nutricionales del país con las de paz, salud y medio ambiente: cuando una gran parte de los alimentos deja de producirse localmente, acaba predominando en ellos el peso del petróleo utilizado en sus infinitos empaques y mecanismos de conservación química o transporte. La huella ecológica de la comida colombiana se extiende hasta el cinturón del trigo norteamericano gracias a nuestro apetito hispánico por el pan, y el consumo de productos importados de las más distantes regiones crece en desmedro de la producción local. Esto podría percibirse como un efecto colateral positivo para la conservación de la biodiversidad, ya que grandes áreas de economías campesinas en la alta montaña, en zonas de difícil acceso, han sido abandonadas los últimos 30 años. La densificación de vías de tercer nivel probablemente incida en la re-deforestación de la cordillera: efectos de la paz sin ordenamiento territorial.

La producción agroalimentaria de calidad, sin embargo, es una exigencia moderna para disminuir la vulnerabilidad al cambio climático, garantizar la restauración de la biocapacidad de los suelos y los procesos ecológicos vinculados, tales como la polinización silvestre, la regulación biológica de plagas y enfermedades o la disponibilidad de nutrientes y agua. En todo ello radica la eventual capacidad de producir comida con todo el sentido cultural que ello implica: en un escenario de sostenibilidad es imposible pensarla por fuera de un sistema de valores relacionales, es decir, pleno de cargas culturales positivas, de sentido del goce por lo propio, del disfrute de la variedad y de la posibilidad de prevenir la mayoría de problemas de salud derivados de las dietas industriales estandarizadas.

Pretender que la biodiversidad es un problema para la ganadería o la agricultura es renovar la visión colonialista del territorio, ignorando que el creciente deterioro de la salud ambiental redunda en mayores costos para la producción que se trasladan a los consumidores, las generaciones por venir o usuarios de la producción. Los sistemas agroalimentarios inteligentes buscan articular el conocimiento de las ingenierías nativas, las ciencias de la sostenibilidad y la oferta natural de la mejor manera, para entregar a nuestros hijos y nietos un territorio restaurado, limpio y altamente productivo. En los acuerdos propuestos en La Habana hay una oportunidad para impulsar esa transición a pesar de la visión extremadamente convencional que los rodea.

Lo digo yo, que fui criada con amarillo 5 y toda clase de glutamatos, antioxidantes, preservativos, hormonas y emulsificantes, indudable fuente de algún efecto psicotrópico en mi razonamiento…

Editorial de Brigitte Baptiste para la República: Sistemas agroalimentarios inteligentes

 

Biodiversidad 2015. Estado y tendencias de la biodiversidad continental de Colombia

El propósito de este documento es fortalecer la capacidad de agentes públicos y privados para la aplicación de la PNGIBSE, que constituye en sí misma una apuesta de interfaz entre ciencia, política y sociedad en la perspectiva de construir sostenibilidad en el desarrollo. Además de ello, representa un insumo para el seguimiento a los compromisos del país frente a convenios e iniciativas internacionales (CDB, IPBES, OCDE), así como un mecanismo pedagógico para generar interés, conciencia y apropiación de las diferentes dimensiones de la biodiversidad del país.

 

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