Instituto de Investigación de Recursos Biológicos
Alexander von Humboldt

Investigación en biodiversidad y servicios ecosistémicos para la toma de decisiones

conexion vital

Cacao vivo


23/10/2018 

Opinión 

Por Brigitte Baptiste 

Directora general Instituto Humboldt 


Uno de los productos más interesantes de la América ecuatorial, el cacao, ha sido elevado recientemente a la categoría de “cultivo de la paz” en Colombia, debido a que la demanda global de chocolate sigue creciendo y existen muchas amenazas a la producción, la mayoría derivadas de las limitaciones con las que hemos abordado su manejo con la miopía propia del énfasis rentístico.

La crisis del cacao se origina en la incapacidad de entender su identidad biológica con una perspectiva ecosistémica, lo que ha llevado al agotamiento genético de los cultivos, al incremento de su vulnerabilidad a hongos y plagas, y a la escasa productividad comparada con su potencial: ni siquiera estamos seguros de qué organismo poliniza sus flores.

Nos enfrentamos a uno de muchos casos en los que la agricultura tropical requiere una revolución, una que sea capaz de valorar además las razones por las cuales el conocimiento ancestral de los pueblos amerindios insistía en manejar el ecosistema, no los cultivos. La simplificación y parcelación disciplinaria de la investigación propia de la modernidad, que en muchas facultades de agronomía en Colombia implica aún una formación convencional, es una parte del problema: no hay capacidad de construir modelos integrados del funcionamiento de los agroecosistemas y las normas no ayudan. Aún hablamos de conservación de la biodiversidad como un acto independiente de la producción y eso está causando profundo daño en la construcción de territorios sostenibles, sometidos a la idea de “delimitaciones ecológicas” que arriesgan distorsionar aún más la escasa capacidad de gestión ambiental del país.

El cacao es un árbol maravilloso que requiere más ecología que revolución verde y si bien hay que resolver los cuellos de botella de los cultivadores actuales, ese no es el camino para garantizar el chocolate del futuro. Por eso, la perspectiva de la última expedición del programa Colombia BIO, hecha por Agrosavia y el Instituto Sinchi con apoyo de Colciencias, también con financiación de la cooperación británica (GROW Colombia) abre innumerables posibilidades para que ese cacao del futuro realmente sea parte de una revolución en sostenibilidad, algo que en otros gremios se cocina pero no acaba de cuajar.

Hace 20 años impulsábamos una ecología del café basada en la biodiversidad de las regiones donde se cultivaba, un mecanismo para integrar aún más una especie emblemática (aunque introducida) de la cultura colombiana y una alternativa a la crisis recurrente de los mercados internacionales. Algo se avanzó, pero es obvio que la palabra “revolución” no hizo parte de esas proyecciones, a duras penas reconocemos los cafés especiales basados en conservación como alternativa de mercadeo.

Pueda ser que la fruticultura, la palma de aceite o incluso la ganadería colombiana sean más sensibles a este reto que entiende la competitividad como un resultado de una perspectiva integral de gestión del desarrollo rural, basada en las contribuciones de la naturaleza al bienestar, es decir, en los servicios de los ecosistemas. Si los dioses de la cultura azteca eligieron el chocolate como su ambrosía, por algo sería, pero es probablemente en Colombia donde se abre el espacio de resignificación de su producción con base en la genética chocoana y amazónica y las particularidades de su entorno biológico. Si tenemos éxito, habrá chocolate para los tiempos difíciles del cambio climático…

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Ambientes Radicales (Columna de Brigitte Baptiste)

Brigitte Baptiste, directora del Instituto Humboldt
08/20/2015

brigitte baptiste credito juan jose carrilloips

En vísperas de un año que parece traernos un “Súper Niño”, es decir, una anomalía climática extrema que tiene un 85% de probabilidades de quedarse hasta mayo de 2016 (http://www.cpc.ncep.noaa.gov/products/analysis_monitoring/lanina/enso_ev...) hay que hablar de oscilaciones extremas cada vez más recurrentes como el escenario “normal” de planificación.

 

La ausencia de patrones climáticos que puedan ser incluidos en los ciclos de funcionamiento del Estado hace que a los gobernantes no les quede más remedio que rezar para que no les toque un evento extremo que les desarregle la agenda (el promedio actual entre inundaciones es de 7,6 años desde 1950). Alcaldes, gobernadores y miembros de cuerpos colegiados deben hacer un gran esfuerzo para utilizar su instinto adaptativo, pues hacer promesas electorales en condiciones de alto riesgo es cada vez más costoso y las obras ejecutadas para paliar efectos de La Niña, ahora exacerban la sequía.

La alternativa, matar al mensajero y adjudicar la culpa a los científicos, “incapaces” de predecir el futuro con certeza. El Ideam cambiará así su labor pedagógica por la defensa jurídica, pues los planificadores, al exigir garantías de pronóstico imposibles, acaban promoviendo el clientelismo académico que compite por los cargos.

Los escenarios climáticos son cada vez más perturbadores porque no pueden tratarse como tendencias inerciales: la acumulación de los cambios que vemos hoy desembocará en comportamientos caóticos que persistirán hasta tanto no se alcancen nuevos niveles de estabilidad, lo que puede tomar décadas o siglos. Lo que amenaza destruir nuestras economías y orden social no es el calentamiento derivado del CO2 en la atmósfera, sino la respuesta homeostática del planeta para acomodarse a unas condiciones físicas y químicas que no experimentaba hace 40 millones de años. Así, hemos de hablar del Caos Climático como condición de la Era del Antropoceno.

La variación estacional del nivel de los ríos ecuatoriales podría ayudarnos a ajustar respuestas culturales a algo que se asemeja un poco a eso: las comunidades locales en el sureste asiático, en el valle del Magdalena-Cauca y en la región Amazónica organizan sus modos de vida de acuerdo con cada fluctuación del nivel río, adecuando su comportamiento y sus prácticas productivas a las tendencias de aguas subiendo/bajando, discontinuas y poco predecibles. En la memoria de los viejos hay una diagnosis para cada situación, así sea extrema, pero no dogmas ni un plan de emergencia: lo que viene es único cada vez y se debe afrontar con base en la experiencia acumulada (la anomalía somos los humanos).

En contraste, las civilizaciones industriales se enorgullecen de haber dotado a sus ciudadanos con ciertas regularidades, confianza en la Ley y en las instituciones, basadas en su persistencia, pero el modelo hace crisis: la adaptabilidad se alimenta de lineamientos y principios de flexibilidad e innovación de los que carece el Estado, no de normas paralizantes. Como dice el aforismo, justo cuando teníamos las respuestas, cambiaron las preguntas.

La gobernanza del Caos Climático necesitará de nuevo sabiduría en las sociedades, no el rasero mínimo de sus capacidades técnicas. Las altas cortes, el poder ejecutivo y los organismos colegiados deberán flexibilizar los códigos y volver al sentido común, la ilustración, el debate. Colombia tiene ventajas: lleva décadas navegando el caos, bastaría sacar lecciones de ello.

Editorial de Brigitte Baptiste para la República: http://www.larepublica.co/ambientes-radicales_290641

 

 

 

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Escenarios ambientales (Columna de Brigitte Baptiste)

Brigitte Baptiste, directora del Instituto Humboldt
08/06/2015brigitte baptiste credito juan jose carrilloips

Dentro de mis películas favoritas figuran “Blade Runner” y “Mad Max” (las originales) por la plausibilidad con la que presentan una situación de futuro con la que podemos conectar a partir de información y experiencias del presente. Tanto los avances de la genética como los conflictos derivados de la competencia energética se constituyen en inspiración para relatos donde una situación extraordinariamente anómala se convierte en lo normal, lo cotidiano.

La imaginación cinematográfica nos ayuda a liberarnos de las cadenas del “statu quo”, en la medida que propone situaciones alternativas que requerirían un gran esfuerzo por parte de nuestro cerebro, adicto a la coherencia: ese es el papel del arte como esencia de lo humano, al proponernos la ruptura como método. Ninguna otra especie viviente, que sepamos, es capaz de cuestionarse radicalmente la naturaleza de su propia existencia, así como no es capaz de detectar patrones de oportunidad o amenaza por fuera de su configuración cognitiva. Por ese motivo, uno de los recursos más interesantes de las civilizaciones es la construcción de escenarios, en donde se combinan datos e información de procesos o tendencias empíricamente observados con preguntas hipotéticas, incluso extremas, que permiten explorar estéticamente opciones y trayectorias del porvenir.

En el mundo contemporáneo merecen especial atención los escenarios ambientales en los que eventualmente tenga que desenvolverse la humanidad en las próximas generaciones. La creciente variabilidad climática, con sus graves efectos, es el campo en donde se han consolidado las mejores proyecciones, donde se hace más evidente la dificultad de gobernar la adaptación: la respuesta de las instituciones al cambio ha sido tardía, vista en perspectiva histórica y el colapso de numerosas civilizaciones así lo atestigua. La razón, la escasa plasticidad de las sociedades, instalada deliberadamente en sistemas educativos diseñados para mantener el statu quo, bajo la falsa perspectiva de que ello solidifica los proyectos culturales.

La poca disponibilidad y el mal uso de la información ambiental por parte de activistas, empresarios y gobernantes tampoco facilitan la construcción de una cultura de la adaptación al cambio climático, propósito explícito del Plan de Desarrollo que se beneficiaría si contara con escenarios consensuados, donde se acude a datos, información y conocimiento robustos, accesibles a todos, vinculados con la acción con un vocabulario de niveles de certidumbre, riesgo y plausibilidad. La oportunidad de simular mentalmente el futuro, anticipar sin predecir y abrirnos a todas las posibilidades sin prejuicio ni temor jurídico proviene de la capacidad que nos llevó a constituirnos en Homo sapiens pasando de la evolución biológica a la cultural, así la tendencia inercial predomine como un reflejo automático: la separata publicada hace poco en este mismo diario, con perspectivas económicas a 50 años, era de una ingenuidad enternecedora, casi tanto como la falsa tranquilidad del calentamiento “promedio” con el que se pretende inyectar parsimonia en el caos climático. También los escenarios electorales que dependen de maquinarias y clientelas construyen la ilusión de continuidad y estabilidad y son cáncer fatal de la adaptación: buscan perpetuarse sin que pase nada y anquilosan el sistema institucional. Pero por eso mismo no hay que envidiar a quienes creen poder gobernar en medio del colapso ambiental. Y no lo digo solo por Santa Marta.

Editorial de Brigitte Baptiste para la República: http://www.larepublica.co/escenarios-ambientales_286266

 

 
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Medellín responsable (Columna de Brigitte Baptiste)

brigitte baptiste credito juan jose carrilloips

Brigitte Baptiste, directora del Instituto Humboldt

15/12/2014

Tras dos años largos de trabajo formal y juicioso, Medellín presentó el miércoles pasado su Política de Biodiversidad. En un evento que tuvo lugar en el auditorio de La Alpujarra danzaron una mariposa, una iguana y un hombre-jaguar, quienes entregaron al alcalde un bando de gobierno de la fauna y flora silvestres del municipio. La Secretaria de Ambiente transfirió luego este mismo mandato, ya con el documento programático, a las cabezas del Jardín Botánico, del Zoológico, de la Corporación Explora, la Sociedad Antioqueña de Ornitología, el Parque Arví, Parques Nacionales y las principales universidades, quienes a la vez son los autores de la propuesta.
 
Medellín ha asumido un compromiso ético con los centenares de especies de plantas y animales de la ciudad, algo que pronto se hará extensivo a toda el área metropolitana. Se entregó también en el evento un pequeño manual de biodiversidad urbana para docentes, y se presentó la página web de la iniciativa (www.medellin.gov.co/biodiversidad), que pretende vincular a toda la ciudadanía en la tarea. La pregunta, sin embargo es, qué sigue: una vez la voluntad ciudadana se ha manifestado, la construcción de la convivencia debe hacerse un hábito y, en medio de problemas acuciantes como la pobreza, la inseguridad, el desempleo, las limitaciones de movilidad y otros males comunes, pareciera que las personas no tienen cómo preocuparse por el resto de seres que comparten su hábitat y, de paso, ayudan a mantenerlo. Días antes en otro evento auxilié por casualidad un ave que se había golpeado en los vidrios de un edificio y una vendedora ambulante se acercó a agradecerme el gesto: “ha salvado una vida” me dijo. Luego, otra persona me contó que había visto los afanes de un colibrí por construir su nido en unos arbustos en una zona residencial y, ante la ausencia de material a mano, le había ofrecido pelo de su gato, que el ave no dudó en utilizar de inmediato. Convivir con otras especies nos alivia la soledad, nos hace mejores humanos…
 
Contrasta este proceso con las expectativas de consolidación de la Reserva Forestal Tomás van der Hammen en Bogotá, rodeada de agria polémica por los conflictos de ordenamiento y expectativas de uso del suelo, un problema compartido con la Reserva de los Cerros Orientales que pareciera resuelto, pero que ha sido prácticamente imposible de convertir en una propuesta de espacio público para la ciudadanía. La expectativa sería que la capital contara con un extenso anillo de áreas naturales y seminaturales, que incluya el parque longitudinal del río Bogotá y que prestara servicios a toda la comunidad, para lo cual esta debe valorar, no en términos de renta financiera privada sino de bienestar colectivo, los aportes que recibe gratuitamente de la biodiversidad.
 
Ciudades como Barranquilla, Montería, Riohacha y Santa Marta han manifestado cierto interés en proteger sus espacios naturales, bosques secos, manglares, ríos, playas y humedales, que por demás son espacios públicos por definición y se encuentran invirtiendo recursos en conservación por un lado y mirando para el otro cuando otros poderes se imponen. El caos institucional es manifestación de la inconveniencia de gobernar. Cartagena es, por supuesto, la reina de la contraecología urbana. Bucaramanga habla de apropiar y defender las laderas de la meseta, Armenia las cañadas que contienen los últimos relictos de bosque de la región, Cali de recuperar el río, Villavicencio de proteger cañadas, humedales y la cadena montañosa que la protege y alimenta. Preguntaría a San Juan de Pasto y Popayán en qué andan, temiendo la respuesta de Tumaco, Buenaventura o Quibdó, con ese potencial de ser las ciudades más biodiversas del planeta y, de verdad, los pretendidos “mejores vivideros”.
 
La ecología urbana es un campo que progresa en todo el mundo y, según me cuentan, Berlín se asesora de firmas colombianas para restaurar y manejar su diversidad biológica. Esperemos que la noción de sostenibilidad urbana incorpore, como en Medellín, a toda la naturaleza como parte de su responsabilidad. Es tarea para la Sure (Sociedad de Ecología Urbana) cuando abra su capítulo Latinoamericano en Bogotá, consolidar réplicas desde Ciudad Juárez hasta Ushuaia.
 
La identidad humana, nuestra capacidad de construir una conciencia cada vez más compleja y el reto de sobreponernos al caos climático, nos hacen responsables de esas comunidades vivas, desplazadas una vez, hoy parcialmente reintegradas a los hábitats urbanos. Con ellas también hay postconflicto, somos sociedad y compartimos un destino.

 

Editorial de Brigitte Baptiste para la República: http://www.larepublica.co/

 

 
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Conocimiento suficiente (Columna de Brigitte Baptiste)

Brigitte Baptiste, directora del Instituto Humboldtbrigitte baptiste credito juan jose carrilloips
 
09/12/2014
 
Culminó en Cartagena el viernes pasado el IV Congreso Colombiano de Zoología, donde más de 3.000 personas presentaron y debatieron los avances en el conocimiento de nuestra fauna silvestre, ejercicio que se viene haciendo regularmente cada cuatro años gracias a la Asociación Colombiana de Zoología. Se alterna este evento con los congresos de botánica, que usualmente reúnen un número similar de expertos, estudiantes (que con alegría siempre predominan), profesores y consultores interesados en la megabiodiversidad colombiana. Continúa así la tarea iniciada por la ciencia occidental en América durante las expediciones de Mutis, Humboldt, Codazzi y  muchos otros, y a la que hoy se suman las ciencias indígenas o sistemas de conocimiento local y empírico, poco visibles, pero fundamentales para abordar la complejidad de los sistemas socioecológicos ecuatoriales.
 
A raíz del crecimiento, revisión, ajuste y acumulación de conocimiento básico que se evidencia en los eventos, la literatura y los medios, cada cierto tiempo resurge el debate de la pertinencia y suficiencia de la investigación para tomar decisiones bien sea de preservación de la biodiversidad y los ecosistemas, bien para su transformación con diferentes propósitos (agricultura, infraestructura vial, minería e hidroenergía, urbanismo, etc). El profesor Orlando Rangel, del Instituto de Ciencias de la Universidad Nacional, sostiene que Colombia cuenta con conocimiento suficiente y adecuado para guiar la mayoría de las grandes preguntas que afronta el país en relación con el manejo de su biodiversidad, y no le falta razón: su propio trabajo de décadas (www.colombiadiversidadbiotica.com), así como el de sus colegas, de los institutos de investigación públicos y privados, y de las grandes organizaciones no gubernamentales que hace años desarrollan sus proyectos ambientales en Colombia (WWF, TNC, CI, WCS, Birdlife, Uicn, entre otras), configuran un panorama de datos y una visión ecológica de país cada vez más rica, pertinente y reconocida nacional e internacionalmente. 
 
A pesar de todo este bagaje, lo cierto es que las ciencias no operan de manera monolítica, y sus resultados e interpretaciones de la realidad están adscritas a complejos teóricos, epistemologías en conflicto y restricciones de validez de todo tipo que siempre deben ser reconocidas ex - ante, es decir, como limitaciones de los modelos de pensamiento con que se adquiere y procesa la información de la cual se extraen conclusiones y recomendaciones de acción. Ninguna ciencia se libera de ello, puesto que la verdad es contingente y si bien la Ley de la Gravedad ya no se pone en duda ni es sujeto de interpretación política, estamos lejos de entender su comportamiento universal. Muchos menos certeza tenemos, por supuesto, en temas del comportamiento de los individuos o grupos sociales, sujetos a la inestabilidad de su naturaleza compleja: la psicohistoria de Hari Seldon es apenas una ciencia…ficción, sugerida por Isaac Asimov en sus novelas de los años 60.
 
En Colombia, el conocimiento de la biodiversidad sigue disperso en decenas de mentes y trabajos que requieren foros y debates arbitrados, una disciplina indispensable que lleva al rigor de las academias, que de todas maneras, están conformadas por personas, a cuya sabiduría apelamos, más que a su conocimiento. Poco las consultan los políticos, lamentablemente, y poco confían los académicos en los políticos, siempre dispuestos a tomar decisiones instintivas y temerarias, aunque a menudo, más apropiadas a las urgencias y a los contextos de complejidad en que se vive. Esta relación, a su vez, determina enlaces ocasionales entre escuelas de pensamiento, expertos y líderes de opinión, quienes compiten bajo la forma de proyectos científico/políticos para convencer al público y ganar su apoyo electoral, al menos en sistemas democráticos. En los extremos, por supuesto, los líderes prefieren suprimir la ciencia. O acallar algunos científicos.
 
Es natural, por tanto, que exista conocimiento parcial y redundante, contradictorio y sinérgico, cuya síntesis será siempre difícil o imposible; para eso existen las escuelas, los programas, las academias, los grupos de investigación y la libertad de pensamiento. La noción de conocimiento suficiente, por tanto, está atada a esas limitaciones, a la circulación abierta del saber y a las consideraciones de la sociedad en pleno (en la cual los científicos son minoría), a quien corresponde en últimas definir el nivel de riesgo que quiere asumir al adscribir sus decisiones a algún modelo de conocimiento disponible.
 

Editorial de Brigitte Baptiste para la República: http://www.larepublica.co/

 

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Salud mental, salud espiritual (Columna de Brigitte Baptiste)

Brigitte Baptiste, directora del Instituto Humboldtbrigitte baptiste credito juan jose carrilloips
 
01/12/2014
 
Soy una persona agnóstica, lo que significa que creo que las cuestiones metafísicas no son accesibles a los seres humanos y por tanto debemos vivir en silencio al respecto. Ello no quiere decir, sin embargo, que no sienta un profundo vínculo con el universo y un respeto y emoción muy grandes por su complejidad, su historia y su maravilloso devenir: no estoy segura de necesitar espíritus más poderosos que ello. Por ese motivo, la ciencia, con todas sus limitaciones e incertidumbre inherente, representa para mí la mejor oportunidad de experimentar de primera mano el goce de existir, como aprendí con la nostalgia del ‘Cosmos’ de Carl Sagan.
 
Para millones de habitantes del planeta Tierra, esa conexión no requirió ninguna epifanía cognitiva, pues aquello que llamamos naturaleza imprime un vínculo indescriptible en sus cuerpos y mentes. Los pueblos indígenas americanos por ejemplo, con conocimientos tan ancestrales como los de las tribus griegas o hebreas, khmer, tai, han, pastún o bantú, por mencionar casi que al azar algunas, construyeron culturas coherentes para explicar su relación con el resto del mundo y regularla, en la búsqueda ética de sentido vital y felicidad. 
 
En el Putumayo colombiano, las plantas empezaron a hablar al principio de los tiempos, según cuentan los viejos, y ellos a escuchar. Eso llevó a la cultura del yagé, una tecnología de la mente que pocos comprenden, muchos persiguen  y muchos falsifican: hay venta del remedio (así se refieren los taitas al producto, la ayahuasca o pildé) en las calles de Vladivostok; algún desempleado desplumó un guacamayo y se fue a hacer de “indio Amazónico” por el mundo. En América las plantas se hicieron sagradas, y la coca, el peyote, el yopo, la virola, la puerta de una ciencia que occidente no sabe cruzar pues enloquece. Richard Evans Schultes (1915-2001) popularizó el estudio de la etnobotánica como la disciplina grecolatina con la que deberíamos descifrar esas prácticas, con la misma convicción de quien accede al genoma universal.
 
Wade Davis, estudiante de ese mismo profesor Schultes, recordado por su paso por Colombia en los años 40, recogió la historia en “El río” y por estos días se encuentra documentando los grandes peregrinajes religiosos que permanecen sobre la Tierra, haciendo un llamado para recuperar la cordura de la humanidad. Su libro ‘Ligh at the edge of the world’ (Douglas y MacIntyre, 2001) se cocinó en la Sierra Nevada de Santa Marta, luego entre los barasana del Vaupés, luego en el resto de sus largos viajes por el mundo. Pero en Colombia fue el profesor Jesús Idrobo, botánico y farmacólogo de la Universidad Nacional, uno de los científicos más comprometidos con el derecho de los colombianos a desarrollar sus sistemas de ciencia propia quien defendería con más ahínco el uso sagrado de la coca y las “plantas de conocimiento”, surgido de la experiencia única y diferente de los ecosistemas de este país particular, y dejó un legado que aún estamos lejos de sistematizar. Ojalá sus estudiantes no dejen pasar demasiado el tiempo. 
 
Unos 30 millones de colombianos mal contados deambulamos por las calles de ciudades construidas por ávidos especuladores del suelo o planificadores preocupados por la calidad del hábitat humano. Millones de ellos, predominantemente mujeres, dependemos de conversar con una planta de yerbabuena sembrada en un tarro reciclado junto a la alberca para mantener alguna conexión con el universo viviente. Millones sentimos que sobrevivir no es suficiente y nos domina la frustración, el desasosiego y a menudo, la ira, por saber que estamos en un país maravilloso y, sin saber cómo, acabamos ciegos y sordos frente a él, pensando en dioses abstractos y a menudo comerciales como alternativa a la locura. Solastalgia, llamaba el profesor Glenn Albrecht a este sentimiento confuso de haber perdido la conexión vital, cuando enfrentaba los paisajes desolados por la minería del carbón en el occidente de Australia, todos con licencia ambiental y licencia social: él mismo, reconocía, estudió y se convirtió en quien es gracias a ella. Nuestros mineros del páramo a veces tienen escuelas, vías, salud, empleo también por ese mismo carbón y crecerán para enfrentar el paisaje que resulte de la actividad. O se irán a la ciudad.
 
Los tiempos de los humanos son a la vez tan cortos como el hambre que repica cotidianamente y tan largos como la imaginación y la interconexión generacional lo permiten. Esa disonancia nos mantiene al borde de la locura, pero podemos salir a caminar al parque, sentir el verde, escuchar las aves y recuperar esa conexión vital. Si hay parque.

 

Editorial de Brigitte Baptiste para la República: http://www.larepublica.co/

 

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Partidos Biches (Columna de Brigitte Baptiste)

Brigitte Baptiste, directora del Instituto Humboldtbrigitte baptiste credito juan jose carrilloips
 
10/11/2014
 
Dicen que cuando el presidente Misael Pastrana revisó el Código de Recursos Naturales que él mismo había solicitado preparar, se negó a firmarlo afirmando que si había que llegar al socialismo, no sería por cuenta de una ley ambiental conservadora. Este año se conmemoraron 40 años de la adopción de un instrumento normativo excepcional como lo es el Decreto 2811 que integró, bajo una sola visión, las aproximaciones conservacionistas y utilitaristas del manejo de lo que entonces se llamaban “recursos naturales” y que se clasificaban en renovables y no renovables. 
 
La referencia al socialismo como ideología aparentemente más cercana al manejo sostenible del ambiente proviene de varias corrientes de pensamiento que interrogan las relaciones entre sociedad y naturaleza desde la perspectiva de los modelos económicos y concluyen que es imposible que un sistema de libre mercado basado en el capitalismo pueda hacerse responsable de la continuidad de la vida en el planeta, pues su apuesta a la autoregulación es incompatible con los límites naturales al crecimiento y la tasa de renovación de sus ciclos físicos, químicos y biológicos, de ahí la crítica política al modelo de desarrollo basado en la competencia extractivista de recursos. 
 
Esta visión sin embargo, ha sido retada por otras vertientes del pensamiento político y por supuesto encontramos expresiones contrastantes en los modelos más liberales que plantean contextos regulatorios de diversa índole e intensidad para definir el tipo de relaciones que la sociedad debe establecer con el resto de seres vivos del planeta, a quienes claramente afecta con su crecimiento poblacional y demanda de agua, aire, nutrientes y espacio físico. Para quienes asumen que las fases y procesos propios de la ecología humana, trasladada a la economía, son asincrónicos con los del resto de la biosfera, los requerimientos de regulación son mucho mayores, de ahí las coincidencias entre movimientos conservadores y conservacionistas, y una visión de la responsabilidad del Estado ante el ambiente muy diferente. 
 
En Colombia estas reflexiones, más propias de la ciencia política aplicada a los asuntos ambientales, no se han desarrollado al interior de los centros de pensamiento de los partidos, al menos de forma explícita y directa, lo que ha afectado sensiblemente su propia capacidad de construir agendas consistentes a las cuales los electores puedan responder. Sin embargo, una parte escencial de la cultura política nacional, tan primitiva, debería ser el debate ideológico profundo que incita un análisis de las relaciones entre la sociedad y sus contextos de evolución, que incluso puede ser problematizada como dicotomía (ej. La “naturaleza” es un constructo social, que no existe por fuera). La simplificación discursiva de recientes expresiones que hacen reclamos a presuntos “ambientalistas extremos” es totalmente regresiva, evidencia de la escasa evolución del pensamiento ambiental en Colombia. Con razón el profesor Julio Carrizosa (uno de los autores intelectuales del código de marras) se ve obligado a reclamar mayor atención a la complejidad de estos asuntos todos los días.
 
Lo cierto es que en nuestro país, el partido “verde” no lo es más que el rojo, el azul o el amarillo. Tampoco ningún movimiento particular en el extenso abanico de las formas organizativas efímeras en que se construye política en el país tiene una particular interpretación de lo que constitucionalmente es un acuerdo central del modelo de sociedad que queremos: sostenible, sana, responsable. Ni los cristianos, tampoco las guerrillas, a pesar de la fuerza de los evangelios, vitalistas, o el agrarismo tropical. Más que verdes, estamos biches…
 
Manuel Rodríguez expresaba hace 10 años, con ocasión de los 30 de la Ley 2811, el poder de esta discusión, si se hace con seriedad: “…la existencia de diversos ambientalismos no debe hacernos perder de vista del hecho de la formas destructivas de relación entre la acción humana y su ambiente natural. Este es el común denominador de los ambientalismos y esa su gran virtud: la capacidad de activar la cooperación entre grupos de interés diferentes en función de una preocupación común por el presente y el futuro del medio ambiente que se asume ligado en forma ineluctable al destino mismo de la especie humana.”1
 
 1  “El Código de los Recursos Naturales Renovables y del Medio Ambiente: el conservacionismo utilitarista y el ambientalismo” Manuel Rodríguez Becerra, en: Universidad Externado de Colombia. 2004. Evaluación y Perspectivas del Código Nacional de Recursos Naturales de Colombia en sus 30 años de vigencia. Pp: 155-177
 

Editorial de Brigitte Baptiste para la República: http://www.larepublica.co/

 

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