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Por: Prensa Instituto Humboldt | Bogotá D.C., 12 de febrero de 2021 

Las mujeres que hicieron historia con la primera expedición femenina sobre aves en Colombia




Participantes de la expedición femenina en Fresno. De izquierda a derecha: Jessica Díaz (ornitóloga), Daniela Garzón (ornitóloga tolimense invitada), Juliana Soto (coordinadora expediciones), Estefanía Guzmán (ornitóloga tolimense invitada) y Natalia Ocampo (líder de la expedición). Foto: Equipo BIO Alas, cantos y colores.



La magia extrema de los paisajes y ecosistemas de Colombia, como los frondosos bosques húmedos, secos y andinos, fueron los principales alicientes que llevaron a Frank M. Chapman, un experto ornitólogo estadounidense, a recorrer y explorar algunos de los rincones más biodiversos del territorio nacional.

Corría la primera década del siglo XX cuando Chapman le propuso al Museo Americano de Historia Natural de Estados Unidos (AMNH, por sus siglas en inglés), donde trabajaba, poner en marcha una ambiciosa serie de expediciones de aves en tierras colombianas. Sabía que en esa diversidad geográfica y vegetal encontraría especies hasta ahora desconocidas para la ciencia y pretendía entender el porqué de tanta diversidad.


Entre 1911 y 1915, Frank M. Chapman lideró una expedición sobre las aves de Colombia en varias localidades del país. Acá un tiránido pico plano (Platyrinchus mystaceus) Foto: Natalia Ocampo P.


Entre 1911 y 1915, un equipo de colectores liderados por Chapman realizó ocho expediciones para documentar la avifauna nacional, donde se toparon con una acuarela de colores y una sinfonía musical extremas. Los expertos recorrieron 74 localidades distribuidas en sitios como el Magdalena medio, la Amazonia, el Macizo colombiano, el Pacífico y la región Andina.

Los hallazgos hablan por sí solos: cerca de 16.000 especímenes de 1.285 especies de aves recolectadas, material que fue enviado al AMNH y la Universidad de Cornell. Según los diarios de viaje y fotografías de Chapman, los estadounidenses solían vestir trajes elegantes de saco y corbata para estudiar las aves, y siempre tenían una escopeta en la mano.


Varios bosques del departamento del Tolima fueron recorridos por Frank M. Chapman y su equipo a comienzos del siglo XX. Foto: Natalia Ocampo P.


Un siglo después de este hito en el estudio de la avifauna nacional, que en sí fue el primer paso para catalogar a Colombia como el país con mayor cantidad de aves en el mundo, en 2020 el Instituto Humboldt, el Instituto de Ciencias Naturales (ICN) de la Universidad Nacional y el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación, con apoyo de otras entidades, desempolvaron los escritos, cartas y diarios del ornitólogo estadounidense para revisitar algunas localidades muestreadas por el AMNH.

La doctora Natalia Ocampo Peñuela, ecóloga del Instituto Humboldt, y el doctor Andrés Cuervo, curador de aves y profesor del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional, fueron los encargados de liderar la expedición BIO Alas, cantos y colores, que tiene como meta recorrer cinco zonas visitadas por Chapman y su equipo: Fusagasugá (Cundinamarca), Honda (Tolima), San Agustín (Huila), Morelia (Caquetá) y Barbacoas (Nariño).


Las cartas y libros de Frank M. Chapman fueron el primer paso para crear la expedición BIO Alas, cantos y colores. Fuente: Archivo del Museo Americano de Historia Natural.


El año pasado, mientras el equipo del proyecto revisaba con lujo de detalles los escritos sobre el viaje a Colombia de Chapman, información que reposa en la monografía publicada por el museo en 1917 “La distribución de las aves en Colombia; una contribución al estudio biológico de Suramérica”, un apellido que aparecía con frecuencia en los diarios los dejó perplejos.

“En los escritos de la expedición en Honda, Chapman hacía referencia a la colección de aves de una persona de apellido Kerr. Sin embargo, lo que nos deslumbró es que el apellido estaba acompañado en algunas ocasiones por la palabra Mrs., es decir señora”, recuerda la ecóloga del Humboldt y coordinadora de la expedición BIO: Alas, cantos y colores.

Otros escritos revelaron el nombre de la señora Kerr. “Se llamaba Elizabeth, algo que nos sorprendió mucho porque no teníamos ningún registro o evidencia sobre una mujer colectora de aves en Colombia durante esa época. La verdad nunca habíamos escuchado de ella”, apunta Ocampo.


Elizabeth Kerr recolectó 663 especímenes de aves y 70 de mamíferos en algunas zonas de Colombia. Izquierda: tinamú del Chocó (Crypturellus kerriae) descrito por Frank Chapman y nombrado en honor a su colectora, Elizabeth Kerr. Derecha: etiqueta del tinamú del Chocó. Fotos: Archivo Museo Americano de Historia Natural (Paul Sweet).


Mujer pionera

Juliana Soto, bióloga investigadora del Instituto Humboldt e ICN y coordinadora de las expediciones en campo de Alas, cantos y colores, se encargó de hacer una búsqueda más exhaustiva sobre la historia de Elizabeth Kerr, una investigación literaria bastante compleja debido a la carencia de información.

“En el libro de Chapman solo aparecía que Elizabeth había colectado aves en el Tolima y el Chocó. Luego de googlear su nombre, encontré referencias de unos artículos antiguos del AMNH, los cuales revelan que también fue colectora de mamíferos como monos, ardillas y ratones”.


Una de las cartas que Elizabeth Kerr le envió a Frank M. Chapman a comienzos del siglo pasado. Fuente: Archivo del Museo Americano de Historia Natural.


La bióloga encontró que varios de los especímenes de aves revisados por Chapman en la región de Honda fueron vendidos al museo por Elizabeth Kerr. “Las personas que trabajan en el museo nos enviaron una base de datos donde aparecían 663 especímenes de aves y 70 de mamíferos recolectados por ella, además de algunas fotografías de especímenes de aves con las etiquetas firmadas con su puño y letra”.

Katherine Certuche, una ornitóloga tolimense, les dio una mano a las investigadoras del proyecto. “Ella ya tenía en el radar a Kerr, ya que su nombre aparece en las bases de datos de varios especímenes de aves recolectados en Tolima”, precisó Soto.

Estas revelaciones permitieron concluir que Elizabeth Kerr fue una mujer pionera en Colombia tanto en las expediciones como colecciones de aves. “En Tolima, según nos contó Certuche, es conocida como la colectora extranjera con más especímenes de aves recolectados en el departamento. En los primeros años del siglo pasado no se tenía conocimiento sobre una mujer realizando este trabajo en el país”.


Las investigadoras encontraron una foto de Elizabeth Kerr, conocida como la colectora extranjera con más especímenes de aves recolectados en Tolima. Fuente: Revista Collier’s Volumen XLX, No 17. Julio 13, 1912. Archivo del AMNH.


Cartas de antaño

El Museo Americano de Historia Natural dejó aún más perplejas a las ornitólogas del proyecto al enviarles algunas cartas que Chapman y Kerr intercambiaron entre 1911 y 1913, todas escritas en inglés; las de Chapman en máquina de escribir y las de Kerr a mano y con letra pegada.

“Son cartas en las que conversaban sobre temas alrededor de las colecciones que Elizabeth realizaba en el Pacífico colombiano. Personas expertas en escritura nos ayudaron a entender los escritos de Kerr que no podíamos descifrar debido a lo pegado de la letra”, apunta Soto.


Izquierda: etiqueta de un especímen recolectado por Elizabeth Kerr en 1907. Derecha: especímen de Ixothraupis guttata tolimae recolectado por Kerr en 1907. Fotos: Archivo Museo Americano de Historia Natural (Paul Sweet).


Según los escritos, Kerr fue contratada por el museo para que fuera al Valle del Atrato en Chocó a colectar animales a comienzos del siglo XX. Estuvo en la zona del Baudó y por los ríos San Jorge, Sinú y Salaquí, sitios bastante agrestes por su geografía y con una alta presencia de comunidades indígenas.

En las cartas sobre la expedición por el Chocó biodiverso, Kerr sí revela lo difícil que fue el recorrido. “Escribió que la zona estaba llena de mosquitos y que con razón ningún otro colector la había visitado. Decía que era difícil conseguir hombres fiables que la acompañaran a las localidades de interés; incluso en alguna ocasión, un grupo de indígenas que la acompañaba al Salaquí, la dejaron en la orilla del río a mitad de camino, en donde permaneció sola durante 20 días hasta que encontró a unos barqueros”, argumenta Soto.

Luego de recibir las cartas de Kerr, Chapman le contestaba en términos científicos preguntándole sobre los datos de algún animal o su ubicación específica. En algunas ocasiones, indagaba sobre su salud, estado y le enviaba buenos deseos en sus jornadas de colecta por los bosques húmedos chocoanos.


Las cinco mujeres que hicieron historia en la expedición femenina sobre aves. De izquierda a derecha: Jessica Díaz (ornitóloga), Juliana Soto (coordinadora expediciones), Natalia Ocampo (líder de la expedición), Estefanía Guzmán (ornitóloga tolimense invitada) y Daniela Garzón (ornitóloga tolimense invitada). Foto: @MemoGomezFoto.


En una carta, Kerr cuenta que se le dañó la escopeta y tuvo que regresar a un pueblo en el Chocó para arreglarla. “De la expedición de Kerr en Honda no se tienen muchos datos. Hasta ahora solo sabemos que no fue contratada por el museo para tal fin, sino que le vendió especímenes de la zona al museo”, dicen las dos investigadoras.

La vestimenta de la colectora estadounidense era todo un misterio. Las ornitólogas creían que recorrió las zonas del país en falda, ya que, durante esa época, es decir en los primeros años del siglo XX, ninguna mujer usaba pantalones.

“La imaginábamos entre el bosque con una falda larga, pero gracias a unos escritos de Chapman que informaban sobre un artículo biográfico y fotografía suya en una revista de Pensilvania, confirmamos con la propia narración de Kerr que vestía unos pantalones bombachos y una larga chaqueta llena de bolsillos, así como un sombrero para protegerse de la lluvia”, reveló Ocampo.


Expedicionarias cruzan a los bosques de Fresno usando una garrucha, al igual que se hacía hace un siglo. Foto: Natalia Ocampo P.


Durante las revisiones de especímenes de la zona del Chocó, Chapman identificó una nueva especie de tinamú a partir de un espécimen macho recolectado por Kerr. “El tinamú del Chocó fue nombrado científicamente como Crypturellus kerriae, en honor a quien había obtenido el espécimen con el cual se realizó la descripción. En esta, Chapman escribió que fue bautizada en honor a Kerr, pero no puso nada en las fechas de nacimiento y muerte de ella. Ese es otro misterio que tratamos de resolver”.

En la revisión literaria apareció el nombre de Elizabeth Kerr en un documento que revelaba la muerte de su esposo en una explosión de gas. Según Ocampo, este dato aún no está confirmado. “No sabemos si se trata de ella y si estuvo casada con un hombre que trabajaba como ingeniero, y si tal vez fue esa tragedia la que la llevó a adentrarse en las selvas colombianas”.

Lo que sí está confirmado es que Kerr trabajó como freelance en la región de Honda: los especímenes que colectó en campo se los vendió al AMNH. “Aún hay mucho por investigar, como el año y el porqué de su llegada a Colombia, su fecha de nacimiento, si tenía familia y si murió acá”.


Cuco ardilla enano (Coccycua minuta), una de las especies de aves registrada en el bosque de Fresno. Foto: Natalia Ocampo P.


Nace la expedición femenina

Los descubrimientos de Elizabeth Kerr sobre sus recorridos y colectas de aves hace más de 100 años, al igual que todo el trabajo pasado y presente realizado en campo por las biólogas y científicas colombianas, motivaron a las ornitólogas a realizar una expedición de aves en tierras tolimenses conformada solo por mujeres.

“Fue una idea colectiva. Además de hacerle un homenaje a Kerr, queríamos reconocer el papel de la mujer en la ciencia y mostrar cómo es el trabajo de mujeres expedicionarias actuales”, dijo Ocampo.


Las expedicionarias adentrándose en los bosques de Fresno para montar las redes de niebla. Foto: Natalia Ocampo P.


Cinco mujeres, con edades entre los 25 y 33 años, conformarían la primera expedición femenina sobre las aves en Colombia: a Ocampo y Soto se unieron las biólogas Daniela Garzón (estudiante de la Universidad del Tolima); Estefanía Guzmán (Universidad del Tolima); y Jessica Díaz (ornitóloga junior de Alas, cantos y colores).

El lugar para dar marcha a este hito en la historia de las expediciones de aves también fue seleccionado a través de las cartas y escritos de Elizabeth Kerr. “Aunque no era muy precisa describiendo sus localidades, algunos de los especímenes que recolectó nos dieron pistas de los sitios, como que estuvo a 20 millas al occidente de Honda (32 kilómetros) y en elevaciones de la cordillera central entre los 600 y 1.500 metros de elevación, recorridos que hizo en 1906 y 1907”, anota Soto.


Expedicionarias trabajando en su campamento sobre el análisis de especímenes y datos. Foto: @MemoGomezFoto.


Con los datos descritos en los 190 especímenes de aves recolectados por Kerr en la región de Honda, las expedicionarias, con la orientación de Katherine Certuche y Ronald Parra, ornitólogo residente en Fresno, seleccionaron dos lugares boscosos que la estadounidense pudo recorrer a comienzos del siglo pasado: uno en el municipio de Fresno y otro sobre la vía Mariquita-Fresno.

Los 32 kilómetros que describía Kerr en los especímenes de aves correspondían a zonas entre Mariquita y Fresno. “Seleccionamos dos sitios para ir a visitarlos con Jessica y Nelsy Niño, otra bióloga del proyecto: un bosque entre estos municipios y una finca en Fresno llamada El Tesoro. En cada lugar estuvimos dos días para evaluar condiciones como la vegetación, acceso, permiso de la comunidad para ingresar y toda la logística”, recuerda Soto.

Luego de analizar estas variables, la finca de Fresno quedó como el sitio donde se realizaría la primera expedición femenina sobre las aves en el país, un lugar ubicado entre los 1.000 y 1.100 metros de elevación. Los dueños del predio destinaron una gran parte del área para la conservación ambiental y el avistamiento de aves, razón por la cual aún quedaban remanentes de bosque.


Juliana Soto, coordinadora en campo de las expediciones, cuidadosamente desenreda un ave de la red de niebla. Foto: @MemoGomezFoto.


Venciendo paradigmas

En los dos lugares del Tolima evaluados antes del inicio de la expedición femenina, Juliana, Nelsy y Jessica tuvieron que enfrentarse al pensamiento machista de algunos de los habitantes de la región, quienes no tenían mucha fe en que un grupo de mujeres pudiera sumergirse en lo más profundo del bosque.

“En ambos sitios la gente quedó bastante sorprendida por el hecho de que tres mujeres íbamos a explorar el bosque. Nos decían que la zona era muy difícil de caminar para unas mujeres, y que lo mejor era no hacerlo solas. Esto no ocurre cuando llegamos con hombres, algo bastante curioso”, recuerda Jessica Díaz.


En el bosque de Freno fueron identificadas 89 especies de aves, una de ellas este colibrí hermitaño (Phaethornis anthophilus). Foto: Natalia Ocampo P.


Entre el 16 y 18 de noviembre, cuando las biólogas se adentraron en los agrestes bosques, los habitantes de la zona quedaron sorprendidos con su experiencia y habilidad. Según Díaz, una pregunta frecuente era quién les había enseñado a caminar tan bien por el monte.

En la finca El Tesoro, cercana al camino real de Fresno, la biodiversidad de aves era evidente. “María Victoria Gómez, la dueña de la finca, nos recomendó recorrer la zona con su hijo y un guía local. El relicto de bosque contaba con todas las características que necesitábamos para estudiar las aves y hacer la expedición femenina”.


Las aves que regresan de las redes de niebla esperan ser estudiadas por las expedicionarias. Se mantienen en bolsas de tela para que estén seguras, tranquilas, y frescas. Foto: Natalia Ocampo P.


Durante toda una tarde, las tres biólogas les explicaron a los dueños de la finca las actividades que realizarían en la expedición y su importancia para la biodiversidad de Colombia.

“Le explicamos las razones de la colecta y el significado que tiene. Nos centramos en que lograran entender de una forma amable cómo las colecciones de aves nos permiten entender a corto, mediano y largo plazo, varios aspectos de la biología de las aves y sus hábitats”, anota Díaz.

Nelsy Niño asegura que nunca va a olvidar las frecuentes preguntas que le hacía la comunidad sobre los recorridos por el bosque liderados solo por mujeres. “En la expedición que ya habíamos realizado en Fusagasugá, conformada por hombres y mujeres, nadie nos dijo que la zona era difícil de recorrer”.


Expedicionarias a punto de adentrarse en los bosques de Fresno. De izquierda a derecha: Natalia Ocampo (líder de la expedición), Juliana Soto (coordinadora expediciones), Estefanía Guzmán (ornitóloga tolimense invitada), Daniela Garzón (ornitóloga tolimense invitada y Jessica Díaz (ornitóloga de la expedición). Foto: Equipo BIO Alas, cantos y colores.


En los recorridos por Mariquita y Fresno, las tres biólogas olvidaron llevar machetes, por lo cual se los pidieron prestados a la población local. “Pero nadie nos los prestó porque pensaban que no sabíamos manejarlos. En un sitio nos dieron unos machetes que parecían cuchillos para untar mantequilla. Esto no nos detuvo: empezamos a arrancar la maleza con nuestras propias manos”, afirma Niño.

La historia de Elizabeth Kerr también hizo parte de las salidas de campo previas a la expedición femenina. Según Nelsy, la gente quedaba bastante sorprendida por esos hallazgos históricos. “Uno de los objetivos de las expediciones es involucrar a la comunidad. La dueña de la finca El Tesoro quedó fascinada con el hecho de que hace 100 años una mujer estadounidense recorrió la zona donde ella vive con su familia”.


Curruca picuda (Ramphocaenus melanurus), una de las especies registradas en la primera expedición femenina sobre aves. Foto: Natalia Ocampo P.


Arranca el hito

Con los datos recopilados en la pre-salida, las biólogas definieron la hoja de ruta de la primera expedición femenina en el municipio de Fresno, un complemento de la expedición en Honda donde estuvo Chapman hace 100 años.

Cuatro días de diciembre conformarían este hito en la historia de las expediciones sobre aves en Colombia. Las cinco expertas en aves se hospedarían en la casa principal de la finca El Tesoro.


Participantes de la expedición femenina de Fresno observando aves. Foto: Equipo BIO Alas, cantos y colores.


“Nelsy no nos pudo acompañar porque se definió que estaría en Guaduas, junto a Natalia Pérez y otros cuatro ornitólogos hombres que habían participado en la expedición a Honda. Sin embargo, ella hizo parte de esta experiencia femenina desde que empezamos a planearla”, anota Soto.

Entre el 11 y 14 de diciembre, las expedicionarias llegaron al bosque subandino de Fresno. Daniela Garzón, estudiante de biología y una de las investigadoras locales invitada a este recorrido, fue una de las más entusiasmadas.

“Me sentí muy emocionada por participar en la expedición femenina, ya que además de estudiar las aves de la zona, algo que me apasiona desde niña, íbamos a hacer historia. Recorrer los pasos de Elizabeth Kerr me motivó aún más, al igual que aportar todo el conocimiento que tengo sobre la avifauna del Tolima”.


Expedicionarias trabajando en su campamento de análisis de especímenes y datos. Foto: @MemoGomezFoto.


Estefanía Guzmán, otra de las biólogas locales invitadas, tampoco oculta su emoción por ser parte de este grupo de mujeres amantes de las aves. “El profesor Andrés Cuervo fue quien me invitó. Cuando me contó que seríamos solo mujeres recorriendo zonas del valle del Magdalena, donde hice mi tesis, me emocioné aún más. Como biólogas generaríamos conocimiento de la mano de la comunidad”.

Las jornadas para observar las aves empezaban a las 4:30 de la mañana, cuando toda la zona aún estaba gobernada por la penumbra de la madrugada. “Luego de tomarnos un tinto, cogíamos rumbo hacia los bosques para abrir las redes de niebla, donde las aves quedan suspendidas sin maltratarse. Estas redes las abríamos durante el día, y las horas de mayor pico de actividades de las aves eran como entre las seis y nueve de la mañana y cuatro y seis de la tarde”, apunta Guzmán.


Natalia Ocampo, líder de la expedición femenina, registra datos de un pinzón piquidorado (Arremon aurantiirostris). Foto: Natalia Ocampo P.


Las mujeres se dividían en su jornada diaria. Unas iban constantemente al bosque para extraer las aves de las redes y otras se quedaban en el campamento analizando detalladamente los especímenes y tomando datos. “Contamos con todo el apoyo de los dueños de la finca y no sufrimos tanto en el trabajo de campo. Por ejemplo, había buena comida y ducha para bañarnos con agua caliente”.

Para llegar desde la casa de la finca hasta los bosques, las expedicionarias se montaban en una garrucha o tarabita, una canastilla que va sujeta a un cable. “Allí viajábamos con todos los equipos hasta llegar a unas lomas medio cercanas a los bosques. Chapman y su equipo también utilizaron estos aparatos hace más de 100 años”, dijo Natalia Ocampo.

La ecóloga y coordinadora de la expedición Alas, cantos y colores contaba con siete meses de embarazo de su segundo hijo cuando lideró el recorrido por Fresno. Según Ocampo, al comienzo la dueña de la finca y su familia le manifestaron su preocupación.


Jessica Díaz, bióloga del proyecto BIO Alas, cantos y colores y participante de la expedición femenina, sostiene un azulón (Cyanaloxia cyanoides). Foto: Natalia Ocampo P.


“¿Cómo se va a meter en el bosque con semejante barriga?, me dijeron en varias ocasiones. El primer día de la expedición, cuando queríamos montar las redes de niebla a las 4:30 de la tarde, casi no me dejan ir. A medida que aumentaba el trabajo en campo no iba tanto al bosque porque las empinadas bajadas se ponían cada vez más resbalosas”.

Ocampo quería demostrar que una mujer embarazada no está impedida para hacer trabajos en campo. “Pude ir al bosque a instalar las redes, pero permanecí la mayor parte de la expedición procesando los especímenes y la información en el campamento. La clave está en tener un buen equipo que se apoye y participe dependiendo de las habilidades de cada persona. En mis dos embarazos he ido a campo durante esa época de la gestación”.


Expedicionarias instalan redes de niebla en los bosques de Fresno. Foto: Natalia Ocampo P.


Hallazgos biodiversos

Una de las técnicas más utilizada para estudiar las aves en los bosques son las redes de niebla, herramientas que como su nombre lo indican, permanecen casi ocultas por estar elaboradas con un nylon muy delgado de color negro.

“Hay de diferentes grosores y tamaños, dependiendo las aves que se quieran encontrar. Las longitudes de estas redes van desde dos a 18 metros de largo y hasta tres metros de alto. Estas mallas son como las de tenis o voleibol, pero mucho más grandes y con los ojos de malla pequeños para que las aves no pasen de largo”, explica Juliana.


Las expedicionarias Natalia Ocampo (izquierda), Estefanía Guzmán (centro) y Daniela Garzón (derecha), cruzan hacia los bosques de Fresno usando una garrucha. Foto: Natalia Ocampo P.


En la expedición femenina de Fresno, las ornitólogas utilizaron redes de seis y 12 metros de largo, las cuales cuentan con varios bolsillos donde quedan atrapadas las aves. “No se lastiman. Los expertos las desenredan con mucho cuidado para que no sufran ningún tipo de dolor”, complementa la investigadora.

En los cuatro días que duró la expedición femenina en Fresno, las mujeres lograron registrar primero 86 especies de aves tanto en las redes de niebla como agudizando la vista y los oídos. “Sin embargo, luego de hacerle una curaduría a ese listado evidenciamos que el total llegaba a las 89 especies”, revelan las expertas.


Estefanía Guzmán, ornitóloga tolimense y participante de la expedición femenina, sostiene una reinita (Basileuterus rufifrons). Foto: Natalia Ocampo P.


Dos especies de aves, por ser endémicas del valle del Magdalena, figuran entre los principales hallazgos de esta expedición: el capito o torito dorsiblanco (Capito hypoleucos), ave emblemática para los dueños de la finca, y la piranga hormiguera (Habia gutturalis).

Las expedicionarias también registraron cinco especies de aves migratorias, que durante esta época llegan a los bosques de Fresno en busca de alimento y refugio luego de recorrer largas distancias por el continente americano.

“Cuando revisamos los listados de aves colectadas por Elizabeth Kerr hace más de 100 años, evidenciamos que ella recolectó tres especímenes de Capito hypoleucus y una de Habia gutturalis. En total coincidimos en la presencia de 36 especies de aves”, afirma Juliana.


En sus expediciones por los bosques de Fresno, las investigadoras registraron varias especies de aves como este azulón (Cyanocompsa cyanoides). Foto: Natalia Ocampo P.


Durante las noches, las expedicionarias se dedicaban a analizar los hallazgos de aves registradas durante el día, un trabajo que no daba mucha cabida a las charlas más personales o cuentos jocosos.

“Eso depende de la carga laboral de cada día, es decir el flujo de aves en las redes de niebla y los diversos análisis a los individuos, como tomas de sangre, mediciones y observaciones de su condición física. Cuando el trabajo mermaba un poco, hablábamos sobre cuál fue el pájaro más llamativo o el favorito de la jornada”, menciona Estefanía.

Según Juliana, toda la información recopilada durante la expedición estará disponible en repositorios de la biodiversidad y en la colección ornitológica del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional.

“Estos insumos serán la base de muchos estudios de las aves de esta región y sus ecosistemas, en términos de su historia natural, ecología, genética y conservación. La esencia y fuerza de las expediciones es recopilar una gran cantidad de información sobre la biodiversidad y su posterior disponibilidad en diversos medios de consulta pública”.


Nelsy Niño, bióloga y antropóloga líder del componente social del proyecto y parte del equipo organizador y diseñador de la expedición femenina, sosteniendo un cuco ardilla (Piaya cayana). Foto: Natalia Ocampo P.


Poca oferta de ropa para expedicionarias

Antes del inicio de la expedición femenina en Fresno, las ornitólogas se dieron cuenta que en el mercado hay poca oferta de ropa para mujeres expedicionarias, y mucho menos si están embarazadas como era el caso de Natalia.

“Teníamos una gran preocupación por la ropa que utilizaría Natalia en la expedición, ya que ninguna pudo encontrar una vestimenta adecuada para una mujer embarazada que quisiera hacer actividades en campo como recorrer un bosque. Pero Natalia adaptó la ropa que tenía y no presentó ningún problema”, anota Nelsy.


Las expedicionarias Juliana Soto (izquierda) y Estefanía Guzmán (derecha) regresan del bosque a procesar datos en el campamento. Foto: Natalia Ocampo P.


Para Juliana, encontrar ropa de campo adecuada para mujeres es todo un reto, como camisas amplias y pantalones cómodos. “En internet y en las tiendas hay una gran oferta de esta ropa, pero para hombre, por eso lo que muchas hacemos es comprarla y adaptarla a nuestros cuerpos. En el territorio las costureras de los pueblos siempre nos han ayudado”.

Sumando a esto, la poca ropa para expedicionarias que hay en las tiendas muchas veces tampoco no son aptas para estar en campo. Según Natalia, los pantalones tienen bolsillos demasiado pequeños que parecen de mentiras. “Se necesitan bolsillos amplios para guardar la libreta, esferos y bolsas. La gente asume que la mujer siempre va a cargar un bolso o una cartera. Es mucho más fácil adaptar las prendas de los hombres”.

Los colores de las escasas vestimentas para estas mujeres amantes del trabajo en campo no son los más adecuados para estudiar la biodiversidad. Las botas, por ejemplo, tienen la suela rosada y morada, mientras que las chaquetas impermeables son fucsias.


Natalia Ocampo (derecha) comparte la belleza del hormiguero del Magdalena (Sipia palliata) con María Victoria Gómez, propietaria de la Finca El Tesoro en Fresno. Foto: Natalia Ocampo P.


“Con esos colores tan llamativos las aves nos ven y no salen. La ropa de campo debe ser neutra o de colores cafés y de materiales que se sequen rápido, pero eso no sucede en el caso de las prendas femeninas. Esto se debe a los estereotipos que hay sobre el género femenino”, recalca Ocampo.

El rosado es un color que no cala mucho entre las seis expedicionarias, ya que además de no ser el más apto para observar aves, es un tono que está estrechamente ligado al género femenino. “Nos ven como si fuéramos barbies biólogas, una imagen que debemos derrumbar”.

Las biólogas hacen un llamado para que fabriquen ropa femenina adecuada, es decir cómoda y con los colores adecuados, algo que sí tienen los hombres.


Juliana Soto (al frente) y Jessica Díaz (atrás) se adentran en los bosques de Fresno para estudiar sus aves. Foto: Foto: @MemoGomezFoto.


Lecciones femeninas

Para mucha gente, trabajar solo con mujeres es todo un caos. El género femenino es conocido por generar enfrentamientos entre ellas mismas, una teoría que las expedicionarias derribaron en su trabajo por los bosques de Fresno.

“La percepción de las mujeres está totalmente llena de estereotipos, en especial la que se tiene sobre la forma de trabajar entre el género femenino. Yo era parte de ese grupo y durante varios años no trabajé con compañeras, pero en esta expedición aprendí que se trata más de la personalidad de cada ser humano que de su género”, considera Natalia Ocampo.


Daniela Garzón, ornitóloga tolimense y participante de la expedición femenina, sostiene un barranquero (Momotus aequatorialis). Foto: Natalia Ocampo P.


La expedición femenina le abrió los ojos a la coordinadora de Alas, cantos y colores. “Si hay un buen equipo, sin importar el género, los resultados siempre serán positivos. En Fresno lo más impactante fue ver el tipo de comunicación no verbal que teníamos y la empatía que nos ayudó a anticipar lo que la otra necesitaba. En muchas ocasiones no necesitábamos hablar para pedir unas tijeras, todo era sincrónico y en silencio”.

Ninguna de las expedicionarias esperaba que alguien las ayudara a poner las redes de niebla o analizar los especímenes. “Trabajamos a un ritmo totalmente armónico. Disfruté mucho ver cómo estas mujeres jóvenes están creciendo para ser grandes científicas y con una gran disposición para colaborar. Estamos derrumbando ese tabú de que las mujeres siempre necesitan ayuda masculina”, menciona Ocampo.


Hormiguero del Magdalena (Sipia palliata) fotografiado en los bosques de Fresno. Foto: Natalia Ocampo P.


Daniela Garzón recalca que esta expedición permite que todo el país conozca que existen mujeres en el campo de la ornitología que se meten al monte como cualquier otro investigador. “Los resultados demuestran el éxito de la expedición. Además, nos permite tumbar esa idea que entre las mujeres hay mucha rivalidad y nos damos duro. Nos cuidamos mucho entre todas y compartimos ese amor por las aves”.

Por su parte, Jessica Díaz considera que esta expedición icónica demostró que un buen trabajo no depende del género sino de la personalidad. “Acá no hubo egos, conflictos o malestares. Todo lo contrario, cada una hacía lo suyo, pero estaba muy pendiente de las necesidades de las demás, siempre con una retroalimentación que no necesitó palabras sino pequeños actos”.


Las expedicionarias observan las aves de Fresno. Foto: Equipo BIO Alas, cantos y colores.


Para Juliana Soto, esta actividad confirma la realidad de las múltiples capacidades y la activa participación actual de mujeres en ciencia, desde campo y la recolección de información de la biodiversidad, hasta el desarrollo de grandes ideas y proyectos de investigación.

“La energía que cada una aportó en las actividades fue un gran complemento para sacar adelante el trabajo de una manera armoniosa. Demostramos que también somos bastante pacientes y nos comunicamos mucho con las comunidades”.

El mundo de la biología no debe diferenciar el sexo o a la edad. Este fue uno de los principales aprendizajes para Estefanía Guzmán. “La mayoría de convocatorias sobre biólogos para realizar trabajos en campo exigen hombres. La expedición femenina demuestra que sí somos capaces y podemos hacer un buen equipo de trabajo. Estos espacios son muy importantes para seguir rompiendo los paradigmas que nos persiguen desde niñas”.


Expedicionarias trabajando en el campamento de análisis de datos y especímenes. Foto: Equipo BIO Alas, cantos y colores.


Por último, Nelsy Niño recalca que esta experiencia le puede servir a las niñas y jóvenes que quieren ser científicas o biólogas. “Todas siempre soñamos con hacer trabajo de campo, algo que muchos creen que no podemos realizar solas. Esta expedición demuestra que somos más que capaces y sí podemos trabajar en equipo de una manera armónica y sin miedo a dar nuestros puntos de vista”.

Las comunidades que le abrieron las puertas a esta expedición conocerán muy pronto los principales resultados sobre las aves. “Por las restricciones sanitarias de la pandemia no podemos ir todas a realizar los talleres. A la finca de María Victoria tenemos pensado ir dos personas a mediados de febrero para socializar, hacer jornadas de observación de aves y capacitarlos en el uso de la plataforma e-Bird”.


Natalia Ocampo, líder de la expedición femenina, sostiene un cuco ardilla enano (Coccycua minuta). Foto: Natalia Ocampo P.


Durante 2021, Alas, cantos y colores llegará a tres zonas del país: San Agustín (Huila), Morelia (Caquetá) y Barbacoas (Nariño). Aunque por el momento no se tiene programado realizar otra expedición femenina, Ocampo informó que tiene pensado hacer una expedición comunitaria en el Pacífico.

“Se llamará Pacífico Participativo y tendrá como expedicionarios a las comunidades locales, quienes serán los encargados de avistar las aves y describirlas. Como la investigación sobre Elizabeth Kerr sigue, lo que tenemos pensado es hacer recorridos en los sitios de Colombia que ella visitó, como es el caso del Chocó biogeográfico. Es un piloto que quiero hacer con un equipo totalmente femenino, para el cual estamos recolectando datos sobre sus viajes”.


Estefanía Guzmán, ornitóloga tolimense y participante de la expedición femenina, regresa de revisar las redes de niebla. Foto: Natalia Ocampo P.


Aves del alma

Aunque para los biólogos y ornitólogos es bastante complejo escoger la especie de ave que se aferró a su alma y corazón durante cualquier recorrido, las seis mujeres de la primera expedición femenina sobre la avifauna en Colombia se aventuraron a hacerlo.

Natalia se inclinó por el hormiguero (Sipia palliata), una especie que jamás había visto y que fue registrada en el bosque de Fresno. “Primero la vi en Honda y le hicimos tomas de sangre, pero el hormiguero escapó y no lo volvimos a registrar ahí. En Fresno, cuando montamos las redes de niebla, lo escuchamos cantar. En la primera revisión de las redes el primer pájaro que vi fue Sipia palliata, que se caracteriza por tener ojos rojos. Capturamos un macho y una hembra en la expedición”.


Juliana Soto, bióloga y coordinadora en campo de la expedición femenina, sostiene una piranga hormiguera (Habia gutturalis), ave endémica del Valle del Magdalena. Foto: Natalia Ocampo P.


Para Daniela, su ave emblemática fue el colibrí ermitaño (Threnetes ruckeri). “En las redes de niebla en Fresno apareció una de estas aves, que jamás había visto con mis propios ojos. Su cola es demasiado bonita y hoy ocupa un lugar muy especial en mi corazón. Ver a las aves endémicas también fue una experiencia maravillosa”.

El saltarín (Corapipo leucorrhoa) fue el favorito de Jessica. “Esta especie fue la última ave que logré sacar de las redes durante el último día de la expedición. Estaba finalizando la tarde y pensé que era otro pájaro, pero al acercar la linterna vi que su plumaje no era negro sino azul oscuro, al igual que las patas”.


Jessica Díaz, bióloga del proyecto BIO Alas, cantos y colores y participante de la expedición femenina, sostiene un azulón (Cyanaloxia cyanoides). Foto: Natalia Ocampo P.

Mientras tomaba por primera vez muestras de sangre, Estefanía supo que su ave favorita en la expedición también sería Sipia palliata. “En Honda le estaba tomando muestras a un individuo, pero por los nervios se me escapó y voló. Me frustré un poco, pero en Fresno volvió a aparecer y me llené de emoción. Esta vez no se me escapó cuando le tomé la muestra de sangre”.

El hormiguero (Cercomacroides tyrannina) tiene un especial significado para Juliana. “Es una especie que no se deja ver mucho, pero sí es posible saber de su presencia por su canto. La había escuchado varias veces en el bosque de Fresno y cantaba en pareja. Un día, mientras hacíamos los últimos análisis y me estaba quedando dormida por el cansancio, me pasaron una hembra de hormiguero para identificar, recité el nombre, pero en medio de la somnolencia no caí en cuenta del hallazgo, hasta unos minutos después”.

Nelsy considera al colibrí rubí (Chrysolampis mosquitus) como su favorito en la expedición por tierras tolimenses. “Aunque me encantan las aves crípticas, es decir con colores similares al ambiente donde se mueven, este colibrí me generó un especial cariño. Natalia Pérez, quien no lo conocía, tenía mucha ilusión de verlo. En un recorrido avistamos al macho, la hembra y un juvenil, lo que causó una gran emoción hasta en el guía local”.


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